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Publicación del Instituto Nacional de
Deportes, Educación Física
y Recreación INDER
LUNES 13
MAYO, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Sin estudios no hay ciencia
Dr. Cs. Iván Román Suárez
jueves, 24 de marzo de 2016 12:00 AM


LAS TRES frases emblemáticas de los Juegos Olímpicos modernos (citius, altius, fortius) representan no solo la aspiración humana de triunfar, sino más bien la fuerza para hacerlo.

Es así que identificamos al deporte y sus resultados con las capacidades propias de seres vigorosos y potentes, conocido que siglos antes de que naciera el lema olímpico el hombre se preocupaba ya por su fuerza muscular.

Imaginemos cuán grandiosa ha sido la evolución histórica de esta capacidad desde la imagen de un hombre, 30 siglos atrás, tratando de vencer en el stadion o en el dólico (carrera de resistencia), o concursando en el hoplitódromo (carrera con armamentos y en carros) o en el diaulus (carrera de velocidad  de ida y vuelta) en esa Grecia antigua tan sagrada y deseada primero, y conquistada y reprimida después.

Cuando los espondoforos (mensajeros olímpicos) llegaban cada cuatro años a todas las ciudades de la entonces Hélade, la vida cotidiana parecía quedar en suspenso y los pensamientos y las energías convergían hacia una sola dirección: Olimpia, la ciudad sagrada.

Con las voces pregoneras de esos heraldos quedaba instaurada la “Tregua santa”, llegaba el sudoroso mes de Hecatombeón y en la canicular brisa mediterránea se olfateaba el regocijo. Olimpia tocaba su cenit. Ciudadanos pacíficos de todas las pequeñas capitales, ilustres magistrados y guerreros heroicos deambulaban por las calles.

Los vencedores eran coronados, ilustres poetas componían cantos en su honor, el retorno a sus urbes natales era motivo de apoteosis y hubo épocas en que los olimpiónicos fueron galardonados con una pensión vitalicia.

El sentido competitivo de la vida, el afán de superación, el deseo de fama e inmortalidad, el temple moral, la areté (sacrificio de la vida por un ideal, honor y fidelidad), la kalokagathia (lo bello y lo bueno)... Todo ello se manifestaba en el agón (contienda, lucha entre adversarios, desafío, disputa).

¿Cuánto camino transitó el hombre para llegar a nuestros días con las mismas ansias de vencer, de ser fuerte?

Hoy nos acompaña la ciencia y la tecnología. Es la era de las comunicaciones y el acceso a ellas, el privilegio de disponer de informaciones precisas que nos orienten, instruyan y guíen en el camino hacia la victoria.

De tal forma es necesario tener presente que sin estudios no hay ciencia, sin ciencia no hay métodos, sin métodos no hay fuerza, y sin fuerza no hay victoria.

Pero igualmente es importante asumir que la historia, que nos permite acercarnos a los orígenes de los ejercicios de fuerza como una manifestación tan antigua como el hombre mismo, pues se remontan a los tiempos en que este, como parte de sus actividades diarias, levantaba y trasladaba diferentes tipos de cargas, tales como rocas, troncos de árboles, animales que cazaba u otros objetos similares.

La importancia de estas actividades naturales para la supervivencia hizo que la fuerza muscular constituyera una de las cualidades más apreciadas en el hombre.

En Grecia, cuna del olimpismo, alcanzaron gran popularidad y un carácter más deportivo, como demuestra la historia del seis veces campeón olímpico de lucha, Milón de Crotona, quien también cultivó la mente como discípulo de Pitágoras.

Según se cuenta, puede asociarse al principio del aumento gradual de las cargas del entrenamiento, pues su preparación incluía recorrer la ciudad portando en hombros un ternero que le exigía mayor esfuerzo según ganaba libras como parte de su desarrollo.

 

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