Foto: Mónica Ramírez

Toronto.- ELOGIADOS y criticados casi a partes iguales, los acristalados rascacielos de esta ciudad son sin duda impresionantes.

Más allá de las razones esgrimidas en su defensa o detracción, los grandes edificios torontinos han marcado un estilo y quienes están en su favor hablan de ellos con orgullo.

La próspera urbe norteña es sede de importantes compañías financieras, poderosos bancos y no pocos negocios relacionados con el tema bursátil, todos con oficinas en la zona metropolitana donde es casi imposible encontrar alguna edificación por debajo de cinco pisos.

Relatan documentos asociados al tema que la por estos días ciudad panamericana comenzó su afán de construir hacia el cielo en los años finales del siglo XIX y tiene en el Beard Building su primer rascacielos.

Luego llegó un “boom” terminado en la década de 1920 y en los primeros compases de la de 1930, cuando tomaron forma grandes proyectos, especialmente en el llamado Downtown, un área que se expandió con el paso de los años.

Entre 1932 y 1964 apenas fue terminado uno por sobre los 300 pies, algo resarcido con ganas entre 1967 y 1976, cuando aparecieron muchos en la geografía de esta localidad bañada por el majestuoso lago Ontario.

Fue tal la repercusión de esa etapa que de ella emergieron seis de los 10 más altos de la actualidad, incluida la archiconocida CN Tower, que ahora comparte protagonismo con el pebetero de la fiesta continental, asentado a sus pies.

En el actual siglo la furia de acercarse a las nubes tomó doble fuerza, y suman 23 las edificaciones con alturas superiores a 500 pies, aunque pasan de 1 747 las que pueden considerarse altas.

Como sello distintivo, en la casi totalidad de las estructuras abunda la cristalería, lo mismo en balcones que en paredes completas, y cualquier diseño se ajusta a ese material, que con los reflejos del sol se proyecta impresionante.

“Lo peor que ha sucedido es que han tomado espacios muy próximos al lago y entorpecen la vista de la costa”, dice María Victoria, incluida en el grupo de quienes preferirían muchos menos de estos gigantes.

Ella es una colombiana residente aquí desde 1981 y disfruta ahora como voluntaria en el área de prensa de la cita, dispuesta en una instalación no tan elevada pero tampoco ajena al “síndrome” de los cristales.

Lo cierto es que nunca se pondrán todos de acuerdo. Unos porque seguirán fieles al reto de apreciar cada vez más novedades de la ingeniería civil y otros porque preferirían vivir en una ciudad que no tienda a “aplastarles”.