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ANA IBIS DÍAZ MARTÍNEZ
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De San Luis a la cumbre, siempre agradecida
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«Todo gracias a las oportunidades creadas por una Revolución que otorgó iguales derechos a todos.»
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La Habana (29 abr).- ERA CASI una adolescente y no había practicado el voleibol, aunque disfrutaba integrar tablas gimnásticas y jugar baloncesto en las clases de Educación Física en su natal San Luis, en Santiago de Cuba, bajo la mirada del ya fallecido profesor Pablo M. Salazar, a quien siempre recuerda con cariño.
«Un día estábamos preparándonos para una actividad y llegaron unos entrenadores que hacían captaciones, y Pablo me dijo que querían conversar conmigo», relata Ana Ibis Díaz Martínez, fornida morena que entonces estaba por cumplir 14 años.
Pertenecía a una familia muy humilde, su padre era cañero y también se dedicaba a la música, y su mamá ama de casa.
«No me avergüenzo cuando digo que mi madre lavó y planchó mucho para ayudar en la crianza de sus cuatro hijos, tres hembras y un varón, de los cuales fui la única enteramente dedicada al deporte».
Corría el año 1967 y Adesio López, entrenador de voleibol de la EIDE Orestes Acosta, la seleccionó sin importarle su baja estatura, que no rebasaba 1,71 metros. Confió más en sus habilidades y su garra.
«Me puse muy contenta, aún sin conocer ese deporte aquello me emocionó y se lo comenté a mi mamá, pero había que esperar a mi padre, un guajiro con muchas reservas que solo veía para las mujeres la casa. Lo respetaba, pero no quise perder aquella oportunidad.»
Comenzó la preparación y el técnico aseguró que en los próximos Juegos Escolares Nacionales conseguiría una medalla. Ana, fiel a su personalidad, se entregó con estupendo ánimo y en seis meses era una de las atacadoras auxiliares de su equipo.
«Mi nivel de responsabilidad me lo inculcaron mis padres, así mis hermanas llegaron a ser ingenieras agrónomas y mi hermano en metalurgia, y pude graduarme en licenciatura en deportes, todo gracias a las oportunidades creadas por una Revolución que nos otorgó iguales derechos.»
Cumplió lo dicho a estos cuando la eligieron para la EIDE y en 1968 para asistir a los Juegos Escolares Nacionales en la categoría 13-14 años. Solo quería aprovechar la oportunidad para ver hasta dónde llegaría en el voleibol y lo hizo tan lejos que se convirtió en una de las Morenas del Caribe.
«Toda la delegación de Santiago de Cuba viajó en tren hacia La Habana para aquellos Juegos Escolares, y cuando llegué sentí una emoción tan grande cuando vi la refinería Ñico López, porque no conocía algo así. Estaba descubriendo un mundo nuevo, pero callé para que no se burlaran de mí.»
Aquella linda sensación la marcó hasta la actualidad. De ese tren dependió su vida en el deporte. Un año después cumpliría sus 15 primaveras lejos de la familia, pues tras la medalla de plata en la cita escolar fue promovida a la selección nacional.
Por más de una década recorrió el planeta y cumplió importante rol como regular en grandes eventos, incluido el mundial de 1978, donde Cuba conquistó su primer oro a ese nivel.
«Tuve el privilegio de competir junto a compañeras de la talla de Mercedes Pomares, Mamita Pérez, la extraordinaria pasadora Imilsis Téllez, Evelina Borroto, Nelly Barnet, Ana María García y otras tantas; prepararme bajo la dirección de Eugenio George; conocer métodos de trabajo de técnicos extranjeros en Cuba, y el rigor de la jefa técnica Graciela González y otros cubanos, y ahora continuar como entrenadora de nuevas generaciones.»
Antes de retirarse y convertirse luego en mamá, Ana Ibis integró los equipos monarcas en los Juegos Panamericanos de 1971, 1975 y 1979, los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1974, 1978 y 1982, esos últimos en La Habana, donde después entregó su camiseta con el número 3 a un nuevo talento: Mireya Luis.
Sumó a su historial los mundiales de 1970 (8vo.) y 1974 (7mo.), los Juegos Olímpicos de Munich 1972 (6), Montreal 1976 (5) y Moscú 1980 (5), Copas del Mundo y Universiadas Mundiales.
«Atesoro el honor de haber estado junto al Comandante en Jefe Fidel Castro, las únicas ocasiones en que reconozco que me temblaban las piernas, y más cuando se dirigía a mí.
«Es una persona especial que adoro por todas las oportunidades que me dio la Revolución que encabezó. No olvido cuando preguntó ¿Y esta chiquitica pasa el bloqueo contrario?, y yo tartamudeando le dije que sí, y aseguró Entonces si ella lo hace nosotros vamos a pasar el de Estados Unidos.»
Aquella niña captada en San Luis encontró un sistema deportivo integrador y masivo que le permitió ganar el respeto de compañeras y rivales, de sus alumnas en México y Argentina, donde cumplió exitosas colaboraciones, y la especial valoración del mejor entrenador del siglo XX.
Eugenio asegura que sin ella no se puede escribir la historia del voleibol cubano, teniendo en cuenta su actitud extraordinaria, su participación en el proyecto de la Escuela Cubana con sostenidos resultados, y su calidad como entrenadora, al expresar cohesión, rendimiento y educación con sus equipos.
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