Sancti Spíritus.- EL BULLICIO de los “hierros” se apagó por semanas. Tampoco se sentían las risas de los jóvenes y los suspiros luego de algún esfuerzo final, pero la situación empezó a cambiar en los últimos días.

El aislamiento social provocado por la pandemia de la COVID-19 comienza a pasar en gran parte de la Isla, y aunque por ahora el acceso se mantiene limitado en cantidad, ya se disfrutan imágenes como las ofrecidas por el Gimnasio de Cultura Física del Polideportivo Yayabo, en la zona más deportiva de la capital espirituana.

En esta sala se respira salud, buen ánimo y sobre todo respeto por los ejercicios físicos. En una jornada habitual puede llegar a 50 o 60 el número de practicantes, y existen espacios y opciones para todos.

Unos trabajan la musculatura superior, mientras otros –en su mayoría muchachas– fortalecen piernas, muslos y glúteos.

Aquí existen aparatos para todas las rutinas deseadas, lo mejor es que su continuo uso no ha impedido la vitalidad, al ser reparados por las manos de un hombre imprescindible: el profesor Rafael Hernández.

No hablamos del “profe” que indica ejercicios o corrige alguna postura, sino del responsable de que exista en el lugar una variedad de aparatos muy funcionales.

Remero en sus comienzos, luego atleta de bolos y más tarde entrenador de esa especialidad, Rafael se enamoró del trabajo en el gimnasio cuando en 2011 le solicitaron cubrir una plaza hasta que la profesora Sarairis Hernández regresara de una misión en el extranjero.

«Me pidieron que cubriera porque estaba solo el lugar y se estaban perdiendo las cosas. No tenía experiencia en este tipo de trabajo tan específico, pero la propuesta fue apoyar cuando no tuviéramos clases de bolo», recuerda sobre los primeros momentos.

«Vine y me enamoré de la actividad. Poco a poco fui aprendiendo de los ejercicios de fuerza, empecé a retroalimentarme con los propios alumnos, busqué información de manera individual y así me fui metiendo en este mundo», asegura ahora, cuando comparte espacio con la reincorporada Sarairis.

«Me tocó una tarea difícil, con muchos de los aparatos rotos y amontonados en una esquina. Apenas habían tres barras y del llamado Hércules no servía nada», continúa relatando vestido con el overol de mecánico que usa cuando no hay alumnos en el gimnasio.

En el taller de un tío comenzó a resolver los arreglos. Una soldadura por un lado, poner pasadores por otro y fijar una barra… Así, poco a poco, fue recuperando cada detalle y se hizo experto en tales funciones.

Cuando el ciclón Irma arrasó el Polideportivo en 2017, Rafael no se quedó de brazos cruzados. Además de convertirse en uno más en las tareas de reconstrucción, escogió cada pedazo de material que pudiera ayudarlo a rearmar los aparatos.

Cada tabla se convirtió en base de los bancos de pesas; las vigas en sostenes para implementos verticales; las barras fueron transformadas al tamaño ideal para soportar los discos de pesas… Todo tuvo un fin útil.

«En el período que estuvo cerrado el Polideportivo venía todos los días de mecánico. Me gusta arreglar cosas y luego de mi tío enfermar me cedió sus herramientas y pude avanzar más. Los integrantes de la brigada de mantenimiento del techo colaboraron con sus equipos de soldar para hacer muchos de los aparatos que tenemos ahora», relata mostrando detalles de lo hecho entonces.

«Al principio teníamos tres barras, ya son 12. Conformé nuevos aparatos siguiendo otros modelos, algunos con partes sobrantes de gimnasios biosaludables, según la necesidad que tuviéramos. Hice mis propios diseños, los pintaba según los materiales a mano. Algunos muchachos de los que hacían ejercicios me dieron ideas», agrega Rafael, quien ahora disfruta la labor de mecánico tanto como la de profesor.

El trabajo se complementó con la pintura y los discos de pesas aportados por el Inder provincial, y el resultado se muestra en uno de los pocos gimnasios de este tipo en el territorio. Mantener el orden, la limpieza y sobre todo la disciplina en temas como el vestuario figura entre los retos que enfrentan ambos profesores día a día.

Elevar el nivel de conocimientos en cuanto a rutinas novedosas, y el modo de aplicarlos, son otras preocupaciones de Rafael y Saraisis, quienes reclaman la posibilidad de compartir experiencias con profesores de otras provincias para mejorar la atención a los practicantes.

En resumen, en esta área sobran los ejemplos a imitar. No hacen falta muchos recursos para mantenerla en funcionamiento, pues basta la imaginación, los deseos de ayudar y el amor al deporte.