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ABRIL, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Canto a Matanzas, canto al béisbol

Se juntaron las claves principales del éxito deportivo: adecuada preparación, núcleo de atletas con maestría y liderazgo; alto compromiso, motivación y cohesión; buen mando, base científica y acompañamiento externo.


Redacción de JIT
lunes, 20 de enero de 2020 09:54 AM



Foto: Roberto Morejón

La Habana.- LOS COCODRILOS de Matanzas protagonizaron el último y más importante grito de la 59 Serie Nacional de Béisbol. Su voz de éxito llevó la fuerza acumulada en 29 años de espera, desde la doble victoria (1990-1991) de los Henequeneros al mando del sabio Gerardo “Sile” Junco.

Sin embargo, con el out final ante los Toros de Camagüey, en el diamante del Cándido González, no solo acabaron la temporada y el famoso letargo matancero, sino también una historia de resurrección cargada de matices, pasajes y esfuerzos.

Tras el doble campeonato de marras sobrevino otra exitosa campaña para los yumurinos —casi siempre olvidada—, aquella de 1992 en que Industriales se abrió paso a su séptima corona nacional de la mano de Jorge Trigoura.

No hubo oro esa vez para la generación de José Luis Valdés, Lázaro Junco, Eduardo Cárdenas, Juan Manrique, Julio Germán Fernández y otros tantos ilustres, mas las mieles de plata confirmaron que el éxito no se había ido del todo.

El pantano se hizo después, con la instauración de una nueva estructura en el clásico doméstico y la paulatina partida de los legendarios hijos del henequén. Serían 20 años sin presencia en el podio, dos décadas de tormenta y estupor.

Sucedió que grandes nóminas se perdieron en la promesa; trascendió que la indisciplina y otros males minaron las potencialidades de excelsas selecciones. Sin embargo, peloteros y entrenadores de calidad siempre hubo, como también aficionados fieles y autoridades comprometidas.

En el afán por volver a los planos estelares, Matanzas hizo de todo un poco: rescató jugadores y técnicos propios; importó a figuras de renombre y no tanto; convirtió su estadio en Palacio; hizo de la pelota una fiesta en momentos decisivos; estimuló de verdad a los más destacados; creó su Salón de la Fama del Béisbol; lidió con un debate popular a veces hiriente e implacable; y mientras se encomendaba a las “deidades” jamás renunció —de hecho y palabra— a la gloria perdida.

En 2012, con la llegada de Víctor Mesa al puesto de mando, la historia matancera dio un giro colosal y el trofeo dorado por fin pareció posible, cercano, inminente. Durante siete años seguidos se accedió al podio, pero los “fantasmas” se enseñorearon sobre las postemporadas de aquellos equipos y jamás cayó el título, en escenas que la parodia barrial y digital catalizó con alusiones a “Compay Segundo” y “Carlos Tercero”.

La edición 58 de la Serie Nacional reservó el hundimiento de los “reptiles” del puesto tres al 16, un suceso que pudo interpretarse como el retorno al oscuro y frío túnel de los descalabros; y como el adiós a una generación que tampoco fructificaría.

En la Serie que apenas finalizó, pocos imaginaron esta metamorfosis a la inversa y por eso su mensaje es monumental. No ha habido magia, ni fuerzas celestiales, ni casualidades. Se juntaron las claves principales del éxito deportivo: adecuada preparación, núcleo de atletas con maestría y liderazgo; alto compromiso, motivación y cohesión; buen mando, base científica y acompañamiento externo.

Además, esta versión de los rojiamarillos tuvo otro elemento a su favor: la meta inicial no se fijó en el cielo, ni se le cantó permanentemente, de manera que los reflectores de la atención pública no se encendieron hasta encandilar, hasta presionar.

El profesor Armando Ferrer tiene sobrados méritos en la victoria, pero no caigamos en la trampa conceptual de otras veces: hizo su trabajo muy bien, se auxilió de prestigiosos colegas, pero no dio un jit, ni un jonrón, ni un ponche. Tuvo aciertos y desaciertos.  

Los jugadores tienen el gran mérito: Ariel Martínez, Yasiel Santoya, Jefferson Delgado, Eduardo Blanco, Yurisbel Gracial, Erisbel Arruebarruena, Javier Camero, César Prieto, Noelvis Entenza, Jonder Martínez, Yoanni Yera, Yosvany Torres, Yanmichel Pérez, Freddy Asiel Álvarez y varios más. Ellos decidieron jugar, ellos quisieron triunfar. Lo hicieron. 

El camino resultó espinoso, pues pasaron a la segunda fase tras superar en serie de comodines a Sancti Spíritus; clasificaron a semifinales en las postrimerías, como los demás contendientes, y allí despacharon nada menos que a los vigentes campeones de Las Tunas. Por el oro derrotaron 4-2 al equipo más estable de la campaña, conducido con éxito por el veterano Miguel Borroto.

Esta historia, contada a grandes rasgos aquí, encierra demasiadas enseñanzas como para disiparse entre los voladores de la merecida celebración que se extiende todavía por la geografía matancera. Esta corona se ha levantado sobre un verdadero pantano, y esa lección debe estudiarse a fondo.

UNA SERIE SIN IGUAL

La 59 Serie quedará inscrita como una de las más complejas de nuestra historia beisbolera. Comenzó en agosto sin la presencia de los atletas asistentes a los Juegos Panamericanos de Lima, donde un sexto lugar cayó como granizo sobre los aficionados.

Transitó por el cambio de mando en la Dirección Nacional de Béisbol y prosiguió durante el Torneo Premier 12, en el cual no pudimos avanzar a la fase decisiva ni lograr el boleto hacia los Juegos Olímpicos de Tokio 2020.

Hasta hoy ha sido la edición con más refuerzos tomados, lo cual se tradujo en continuos movimientos en las nóminas. Coincidió además con una consulta de país sobre la realidad actual de nuestro deporte nacional.

El interés por participar en la Serie del Caribe de San Juan, Puerto Rico, aconsejó reducir el calendario semifinal (de 7 a 5 choques) y ya sabemos del portazo recibido por la Confederación de Béisbol Profesional del Caribe. Ese suceso dejó al evento sin uno de sus estímulos fundamentales.

Limitaciones materiales, ciertos problemas organizativos y la imposibilidad de celebrar partidos en la noche afectaron la calidad de una lid que también afrontó retos en los ámbitos técnico y táctico.

Sin embargo, su gran logro, su trascendencia, estuvo en la notable atención pública, en los estadios llenos, en el debate de la gente y los medios, en la huella cultural que sigue dejando en la nación. Eso es esencial.

Ahora la mirada se centra en el Preolímpico de Arizona, en marzo, un durísimo reto que decidirá si el sueño olímpico sigue en pie o se esfuma hasta —al menos— Los Ángeles 2028.      

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