La Habana.- COMPETIR en los XI Juegos Panamericanos, con asiento en esta ciudad y la subsede Santiago de Cuba, representó un sano jolgorio para la familia atlética continental.
Fue una cita esperada sobremanera, máxime por los anfitriones, quienes habían celebrado antes los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1930 y 1982.
Con efervescencia redoblada, centenares de cubanos participaron en las jornadas de trabajo voluntario, para aportar en las construcciones de instalaciones, calles, avenidas, edificios de apartamentos…
De ese esfuerzo quedaron en la capital el Estadio Panamericano, el Velódromo Reinaldo Paseiro, el Complejo de Piscinas Baraguá, las Canchas de Tenis 19 de Noviembre, el Canal de Remo y Canotaje José Smith Comas y el Centro de Alto Rendimiento Cerro Pelado.
También las salas polivalentes Ramón Fonst y Kid Chocolate, el Complejo de Canchas Raúl Díaz Argüelles, una moderna bolera de 24 pistas, el Museo Nacional del Deporte y la Villa Panamericana conformada por 55 edificios de tres, cuatro y cinco plantas, donde hoy viven cientos de cubanos.
En Santiago de Cuba se erigió la polivalente Alejandro Urgellés y un estadio para softbol.
La casi totalidad de esas instalaciones, varias convertidas en escuelas nacionales de sus respectivas disciplinas, han sido remozadas recientemente para continuar su forja de atletas.
La antorcha encendida el 5 de julio en el Cerro de la Estrella, en México, comenzó su periplo en Cuba por la ciudad primada de Baracoa, con el fuego nuevo que iluminó la pira del Estadio Panamericano de La Habana el 2 de agosto.
Allí, ese día, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz dijo las palabras oficiales de bienvenida en presencia de Juan Antonio Samaranch, presidente del COI; del titular de la Organización Deportiva Panamericana (Odepa), Mario Vázquez Raña, y autoridades deportivas cubanas.
Desde entonces, en cada jornada hasta el 18 de agosto, la cita vivió muchos hitos, el mayor de todos las 140 medallas de oro ganadas por la delegación anfitriona, para destronar a los líderes históricos de Estados Unidos, quienes lograron 130.
Por vez primera los cubanos vencieron en polo acuático a los norteños; en atletismo lograron 18 títulos por delante de los propios estadounidenses; en judo 11 países subieron al podio, pero el mayor acumulado fue para los nacionales con 17 preseas, entre otros grandes resultados.
Entre las hazañas se inscriben las 11 preseas doradas, de 12 posibles, del equipo de boxeo de casa; así como las 29 de 30 de los pesistas; en el atletismo los locales no solo obtuvieron más títulos, sino que también superaron a sus archirrivales en cantidad de preseas, con 42 frente a 40.
Todavía está en la memoria el empuje sobre la pista de Ana Fidelia Quirós, reina en 400 y 800 metros planos; de Alberto Cuba, ganador de la maratón, y el oro del nadador Mario González en los 200 metros del estilo pecho.
El béisbol colmó de alegría a sus seguidores, con éxito por el oro de 18-3 carreras ante Puerto Rico en fecha inolvidable para Ermidelio Urrutia, de 6-6 con tres jonrones y siete impulsadas. También brilló el lanzador zurdo Jorge Luis Valdés, ganador del partido.
Valdés fue autor entonces, frente a Canadá, del primer juego de cero hit-cero carrera en la historia de esos certámenes.
Asimismo, el balonmano masculino y el voleibol para chicas y hombres pusieron su “grano de arena”, en días de gloría en que el pueblo de la pequeña ínsula confirmó al planeta, no solo su calificativo de potencia deportiva, sino su calor humano, disciplina, fraternidad, amistad y amor.
El mundo vio coronarse a estrellas cubanas de entre los 4 mil 519 atletas de 39 naciones, récord para la convocatoria realizada en 26 deportes.
Sin dudas, los Panamericanos de 1991 fueron una gran medalla de oro para todo un pueblo, hecho confirmado por Vázquez Raña cuando los calificó como “los mejores Juegos de la historia”.
De ello emergió una generación de deportistas que un año después ubicó a Cuba en el quinto lugar por países en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, el mejor palmarés de la Isla bajo los cinco aros.
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