El sano orgullo del aporte
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«El boxeo me hizo mejor persona, me dio amigos, me permitió conocer y enfrentar mejor la vida y ser apreciado por el pueblo del que sigo siendo parte.»
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La Habana (29 jun).- NO CONCRETÓ el sueño de proclamarse campeón olímpico pero atesora un subtítulo de altísimo valor y proclama a los cuatro vientos el sano orgullo de saberse parte de la tremenda historia escrita por el boxeo cubano.
A poco de cumplir 58 años Ramón Duvalón Carrión sigue siendo un hombre humilde que se precia de no haberse dejado "enredar" por la fama y trabaja duro como entrenador de base en el municipio habanero de Centro Habana.
No hacía falta un pretexto para que JIT le solicitara un intercambio al que accedió sin titubeos, pero la proximidad de la cita de Londres tributa un buen motivo para escuchar sus evocaciones y criterios.
El diálogo se produjo en la emblemática arena Rafael Trejo que tantas veces acogió sus pleitos y ahora le recibe al mando de un grupo de alumnos conocedores de que su plata de Montreal´76 estuvo antecedida por el reinado panamericano en México´75.
¿Por qué el boxeo?
Lo conocí cuando tenía nueve o 10 años, por embullo, en el centro Ponce Carrasco, donde conté con entrenadores de gran nivel como Luis Galbani e Isaac Espinosa.
¿Algún antecedente familiar?
Ninguno. Llegué junto a otros muchachos del barrio de San Leopoldo y me quedé porque me gustó y descubrí que tenía la virtud de asimilar rápido, lo que me convenció de que podía aspirar al estrellato.
¿Cómo recuerdas la preparación para los Juegos Panamericanos de 1975?
Éramos varios los aspirantes, incluidos Antonio Daudinof y Héctor Ramírez, quien incluso fue a la preparación de altura, pero le gané en el torneo Córdova Cardín y en un sparring, y eso decidió a mi favor.
Y respondiste a esa confianza.
Fue uno de mis triunfos más grandes porque hubo atletas de calidad, incluido el venezolano Alfredo Pérez, a quien ya había derrotado en el Cardín de ese año. En la final vencí al ecuatoriano Víctor Vinueza, al que por cierto, saludé años después en su país, donde brindé ayuda técnica.
Hablemos ahora de la cita olímpica de Montreal.
Ese año fui campeón nacional y le gané a Héctor Ramírez en el Cardín, pero aún así fue duro integrar el equipo. Recuerdo que hubo mucha rivalidad y todos estábamos muy comprometidos con la posibilidad de asistir a ese evento.
¿Ya en la competencia, sentiste presión?
Alcides siempre nos hablaba de lo que representa verse en un escenario olímpico, pero vivirlo fue algo diferente, y sí sentí el peso que implica querer llegar al oro.
Cuatro victorias antes de la gran final contra el estadounidense Leo Randolph, una pelea que dejó dudas sobre el fallo de los jueces.
Fue muy cerrada todo el tiempo, y la votaron 3-2 a su favor. Hubo quienes la consideraron una decisión injusta, y quizás resultó así, pero en definitiva eso ya no importa. Lo cierto es que no pude conseguir el objetivo que llevaba.
¿Hubo algo en lo técnico que pudo influir?
En realidad no boxeé como estaba acostumbrado, porque recibí indicaciones de atacar y atacar, y yo era mejor en el contraataque. Se consideró que así sería más efectivo pero eso me sacó un poco de paso, aunque repito que fue una pelea muy pareja.
¿Entonces no disfrutaste la plata?
Por momentos sí, pero también la sufrí bastante. Recuerdo que lloré buena parte de la noche por el sentimiento de frustración. Cuando llegamos a Cuba las amistades decían que había ganado sobre el ring, pero eso no compensaba del todo. Ya con el tiempo se reconoce más el valor de la medalla, e incluso el propio Randolph le habló de la pelea a Sarbelio Fuentes.
Después no peleaste mucho más.
Ya no me sentía en condiciones de seguir en los 51 kilos, y quería ascender a los 54, como planteé en el viaje de regreso, pero la decisión técnica no fue la misma y eso aceleró el retiro, en 1979, porque me costaba demasiado trabajo hacer el peso y la salud estaba de por medio.
¿Qué te distinguió como atleta?
La velocidad y la posibilidad de pelear en las tres distancias. Creo que es algo imprescindible, y por eso me duele cuando veo que ahora apenas se emplea la media y no se hace defensa, con lo que se pierde la esencia. Es la larga o ninguna, porque tampoco se trabaja en la corta.
A veces no entendemos eso, quizás porque se enseña de otra forma o se hacen cosas que no hacíamos, aunque sé que se está trabajando en eso.
Pero también pegabas duro.
Sí, y tenía fuerza en la mano delantera, que es parte de la base del boxeo cuando se sabe utilizar. Recuerdo que el entrenador ruso Andrei Cheborenko insistía mucho en eso con el propio Teófilo.
¿Dónde trabajas como preparador?
En un área de Centro Habana, con Jorge Donatién. Es un local en el que estamos "guapeando", con el cuadrilátero que trajimos de la sala Ponce Carrasco y la ayuda de los padres y otros compañeros.
Hay un ambiente de mucho esfuerzo, de intercambio, de sobreponerse a las dificultades. Los entrenadores se entregan duro, a pie, en guagua, topando siempre con otros municipios.
¿Qué tratas de transmitir?
Creo que es válido para todas las categorías que cada atleta actúe de acuerdo con sus condiciones, que se plantee el sistema de combate y las respuestas en dependencia de lo que encuentre sobre el cuadrilátero.
¿No aferrarse a esquemas?
Exactamente. Adecuar en dependencia del rival, si es más alto, más bajo, más fuerte... Analizar la situación y hasta cambiar lo que te planteaste si eso te está llevando a la derrota.
¿Quiénes fueron tus mejores amigos en la preselección nacional?
Jorge Hernández y Ángel Herrera.
¿El 51 kilos cubano que más te impresionó?
Por las condiciones que le vi, aunque no fue el de más éxitos, Luis Mariano Cesé.
¿Y de cualquier peso?
Son muchos los grandes, pero me voy por el ritmo de Emilio Correa y la clase de Teófilo Stevenson.
¿Cómo valoras la fama?
Es agradable, pero puede matarte si no la sabes llevar.
¿Qué agradeces al boxeo?
Se lo debo todo. Me hizo mejor persona, me dio amigos, me permitió conocer y enfrentar mejor la vida y ser apreciado por el pueblo del que sigo siendo parte.
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