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Siempre la gimnasia
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Le apasiona todo lo relacionado con el deporte al que ha dedicado la vida.
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La Habana (30 ene).- EL ENCUENTRO se produjo en la Escuela Nacional de gimnasia y la conversación pareció terminar demasiado pronto, porque a Yolanda Vega Albo le apasiona todo lo relacionado con el deporte al que ha dedicado la vida.
Sonriente, menuda, fácil para el diálogo en el que resalta la pedagoga que hay en ella, y muy ágil para sus 65 años es esta integrante del primer equipo nacional de gimnasia artística, más tarde coreógrafa de la selección élite y jueza internacional.
Máster en Metodología del entrenamiento deportivo, dirigió docencia en el entonces Instituto Superior de Cultura Física Manuel Fajardo y asegura con orgullo que ha sido y aún es tutora de muchísimas tesis de grado.
Capitalina de pura cepa, bailadora nata, también estudió ballet, piano y solfeo. Gusta de la literatura policial, sobre todo la que escribe el uruguayo Daniel Chavarría, y habla con admiración de su hija, especialista en neurología en el hospital Miguel Henríquez.
Se jubiló en el 2002, pero no ha cesado su entrega hacia la disciplina que le flechó cuando cursaba el bachillerato.
Precisamente fue ese el tema que abrió el intercambio con JIT mientras seguía desde las gradas a las nuevas generaciones que ese día se entrenaban sobre el tapiz.
¿Cómo recuerda los inicios?
Fuimos un gran grupo que comenzó en el Instituto de La Habana, más o menos por 1960, cuando yo tenía solo 12 años y me consideraban muy chiquita. Por eso no me dejaban empezar, pero poco después me aceptaron y me uní a quienes ya estaban.
Esa fue la base del equipo nacional, aunque la denominación se le dio en 1962, para el Campeonato Mundial en Praga.
¿Hasta cuándo lo integró?
Estuve hasta 1968 y me retiré después de los Juegos Olímpicos de México. En total participé en dos Juegos Panamericanos, los de Sao Paulo’63 y Winnipeg’67, y en ambos conseguimos bronce como equipo, y también logramos ese resultado en la Universiada Mundial de 1963 en Porto Alegre.
Asistimos a dos campeonatos mundiales (1962 y 1966) y otras muchas competencias en Europa, principalmente en Bulgaria y distintas ciudades en la Unión Soviética.
¿Qué otras figuras compartieron protagonismo en esos años y cómo recuerda la preparación?
En esos momentos salimos del mismo Instituto Teresa Oliva, Yolanda Williams, quien también fue medallista individual en los panamericanos del ’63, Lilia Wong, Julia Uria...
En cuanto a los entrenamientos fue una época de muchas sedes, a veces en la Ciudad Deportiva, también en lo que es el Fajardo o Ciudad Libertad, hasta que más tarde abrieron la Escuela Nacional de Belascoaín, que fue el primer sitio oficial para la gimnasia.
¿No podía seguir cuando decidió el retiro?
Eso me decía la gente, los mismos entrenadores, pero las lesiones ya no me dejaban con deseos de mantenerme. Los tobillos me golpearon mucho.
La base de las asimétricas era de hierro, los colchones de soga, y aunque las salidas no tenían tanta complejidad la altura era la misma. Imagina lo que pasaba si caías mal.
¿Cómo evoca los Juegos Olímpicos de México’68?
Resultaron impactantes en todos los sentidos. Por lo vivido, porque vimos competir a Bob Beamon con el récord de 8,90 en salto largo, y estuvimos junto a equipos importantes de la gimnasia, como el de las soviéticas, todas muy jovencitas.
Desde el punto de vista cultural fue también emocionante, pues vimos a los reyes de Mónaco, a María Félix... Vaya, que se me olvidan los nombres de tantos artistas que pudimos conocer como parte del espectáculo.
Además para Cuba fue especial porque conmemoramos el primer aniversario de la muerte del Che, para lo cual se organizó un acto muy grande que nunca vamos a olvidar.
¿Qué sucedió tras el adiós al deporte activo?
Comencé a formar parte del colectivo de la Escuela Nacional. Ya estaba graduada de profesora de Educación Física, tenía 22 años y me dediqué a la parte coreográfica. Como tenía la base del ballet me pidieron que me encargara de ese tema y me gustó tanto que lo hice durante 18 años.
Entre 1973 y 1977 estudié la Licenciatura en Cultura Física y en 1997 terminé la Maestría.
Luego fui profesora del Fajardo por 16 años, pero continué colaborando con el equipo nacional, impartiendo cursos de superación coreográfica para nuevos especialistas, y también trabajé en los programas de preparación de los entrenamientos. Me gusta todo lo relacionado con la gimnasia y sobre todo la investigación.
Háblenos de las funciones de la coreógrafa.
Es una figura muy importante, porque lo artístico nunca se puede desligar de nuestro deporte, sobre todo para las composiciones en ejercicios a manos libres y en la viga de equilibrio, que tienen un fuerte componente danzario. Es la unión de la danza con los elementos acrobáticos y eso hay que hacerlo en una coreografía.
Hay que incluir los elementos técnicos que exige el código de puntuación y los de dificultad, sin descuidar lo artístico.
Es simpático, porque también me gradué de profesora de danza, y recuerdo que en un curso de superación profesional tuve la suerte de que mi oponente fuera el coreógrafo Alberto Alonso. Me decía que no podía montar pensando que los elementos tienen un valor y yo le respondía que debía hacerlo de esa manera, y así crecía el intercambio.
También trabajó mucho como oficial, con categoría de jueza internacional.
Recibí el título en 1973, pero desde 1969 ya evaluaba sin contar con esa categoría. Tengo como buenos recuerdos nueve Juegos Panamericanos, seis Juegos Centroamericanos y otras muchas competencias, incluidos campeonatos del mundo.
Y anécdotas de todo tipo, de las que debía contarnos.
Así rápido recuerdo la Universiada Mundial en Rumania, última competencia de Nadia Comaneci. En el caballo de salto cayó, dio un paso y regresó a su posición, pero todos los jueces le dieron 10 y eso generó una disputa tremenda, porque estaban más homenajeándola por el final de su carrera que por lo hecho. Por suerte yo no integré ese jurado.
También estuve en los Juegos de la Amistad donde realizó el primer mortal en la viga de equilibrio la soviética Olga Korbut. Son cosas que le quedan a uno con el orgullo de haberlas vivido.
¿Es difícil calificar a una gimnasta con "nombre"?
Lo es. Porque también se equivoca, pero la conoces, sabes cómo hace las cosas, y ese es el momento de evaluar con sinceridad.
Lo otro complicado es cuando se trata de una gimnasta de tu país. Tienes que mostrar ética, no puedes irte a un lado ni a otro, porque además también te están evaluando, y sobre todo es importante hacer justicia.
Sin comparar épocas, ¿quién fue la mejor de Cuba?
Por la fuerza con que compitió siempre me gustó Orisel Martínez, pero pienso que Annia Portuondo y Leyanet González tuvieron resultados más espectaculares, sobre todo porque lo hicieron muy jovencitas, convertidas en campeonas centroamericanas con apenas 11 y 12 años.
Leyanet tuvo además el mérito de que incluso regresó a la competencia luego de ser mamá, fue muy disciplinada y llevó siempre la responsabilidad de capitana del equipo. Creo que ha sido la mejor.
¿Ha cambiado mucho la gimnasia en estos años?
Se ha incrementado el nivel de las dificultades, pues todo va cambiando con cada código porque es variable la exigencia.
En estos momentos hay un equilibrio, las composiciones tienen fuertes componentes de acrobacia y danza. Incluso hay elementos que las niñas ejecutan en la gimnasia que en el ballet solo lo asumen los varones porque son difíciles.
La interpretación artística es otro tema en que se ha ganado mucho, para lograr que la gimnasta tenga mayor expresión corporal, que se vea bella, que parezca que lo hace fácil aunque sea lo más complejo del mundo. Es un deporte para que el espectador disfrute, y aplauda o no lo que está viendo.
Pudiéramos seguir con muchos otros temas, que quedarán para otra ocasión, pero no podemos dejar de preguntar: ¿qué le dejó la gimnasia para la vida?
Voluntad, decisión, sobre todo muchas ansias de aprender, deseos de ayudar, de ir adelante, y un amor tremendo a la vida, al deporte y a la Revolución, que nos permitió ser lo que somos.
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