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MARZO, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Julio Hechenique González
Un pesista humilde entre famosos

No se permite un resquicio en su coraza de modestia para reconocer el mérito propio.


Por: JIT Colaborador
martes, 23 de noviembre de 2021

Trayectoria...

Medalla de plata mundial y dos de bronce en la misma competencia, cuatro medallas de oro en juegos panamericanos y dos de plata, tres medallas de oro en juegos centroamericanos. 

En la actualidad...

Se desempeña como entrenador de atletas con discapacidad.


Por Raúl Hernández Lima 

QUIEN ve a Julio Hechenique González no imagina su verdadera magnitud. A bote pronto parece el más común de los transeúntes, de no ser por la sonrisa contagiosa y sus piernas dobladas a la altura de las rodillas, lo que hace intuir que montó caballos hasta aburrirse. 

Pero nada vincula esa formación traumática a la equitación. Sus piernas soportaron más peso que otras en 1978, cuando destrozó los récords mundiales juveniles de levantamiento de pesas.

Resulta difícil adivinar, detrás de su disfraz de paisano, a un hombre singular, capaz de reírse casi de cualquier cosa, hasta de quienes aseguran que dejó el boxeo por temor a los golpes. 

Lo cierto es que su hermano y su primer entrenador, Caridad López, no se equivocaron cuando le convencieron de explotar el enorme talento que tenía para las pesas.

Rememora Hechenique que en sus primeros juegos escolares nacionales sorprendió con tres medallas de plata, y que al año siguiente convirtió todo aquello en oro.

Habla de su primera lid mundial juvenil en 1977 y de los metales de bronce que supieron a gloria para un debutante. También mezcla sin grandilocuencia los tres títulos entre juveniles en 1979 con la presea plateada de 1978 en la justa para mayores. 

Aborda esto último como si quedar subcampeón del mundo con 19 años de edad fuera cosa de todos los días. Sorprende su memoria. Puede recordar con certeza absoluta sus récords: «fueron 150 kilogramos en arranque, 190 en envión y 340 en el total». Su vista se pierde en el tiempo y vuelve a convertirse en un joven imberbe levantando la barra atestada de discos.

Regresa entonces a la sala de su casa y mira a su interlocutor, sin percatarse del tiempo que ha pasado. No se permite un resquicio en su coraza de modestia para reconocer el mérito propio y prefiere recordar que aquella fue una época dorada.

«Eran los tiempos de oro de las pesas cubanas. Yo me entrenaba en la misma plataforma que Daniel Núñez. Entonces también competían Mario Ricardo Villalobos y otras luminarias. Había un desarrollo tremendo del deporte», asegura sin dejar escapar un gramo de orgullo. 

Mucho mérito tuvo la figura de Manuel Suárez, le insinúo sin saber que reaccionaría con la rapidez de un corredor de 100 metros planos: «muchísimo», dice.

«No hubo jamás un entrenador como ese. Y no me refiero a su incomparable dominio del deporte, sino a su calidad humana. Con el respeto que merecen los que vinieron después, ninguno se acercó a Manuel», sentencia con la admiración que despertó el ídolo de aquellos muchachos plagados de talento. 

«Manuel era capaz de estar al tanto de tus problemas personales y hasta meter la mano en su bolsillo y pagarte el pasaje a tu provincia, si entendía que necesitabas pasar algún tiempo con la familia», cuenta con agradecimiento. 

¿Con qué motivación se compitió en aquel primer torneo internacional en memoria de Manuel Suárez? Pregunté…

«Con la más grande. Recuerdo que estaba su familia presenciando la competencia. Todos queríamos ganar. Celebré aquellas tres medallas de oro como si fueran de un campeonato mundial».

Y no estaba muy lejos de ese nivel. Aquellos torneos reunían talento como para superar fácilmente a los juegos panamericanos, por ejemplo. 

«Efectivamente, venían competidores europeos y soviéticos que subían el nivel, a diferencia de las justas centrocaribeñas y panamericanas en que nosotros barríamos», apunta.

No dice que ganó todos los juegos multideportivos en que participó, pero sí recuerda que Cuba exhibía un nivel superior al resto y escribió páginas prácticamente imposibles de repetir. 

«Teníamos un equipo tremendo, doblábamos en mi división (75 kg) con Roberto Urrutia y yo. Y a veces, como tenía un poco más de envergadura que él, competía en la división superior».

¿Y de qué diferencia hablamos? Intento detallar…

«Gané los 82 kg de unos juegos panamericanos pesando 75 kilogramos y 100 gramos, casi siete de diferencia. Podemos decir que siendo de una división menor», cuenta sin altanería, como si fuera natural.

«Y no lo hacía solo yo, a partir de los 82 kg había que correr los pesos para todo el mundo», matiza para evitar cualquier falta a la modestia. 

¿Se quedó con las ganas de una medalla olímpica? Le interrogo sobre un tema sensible…

«Esa es mi deuda. En Moscú 1980 estuve a punto. No tenía dudas de poder alcanzarla, al punto de que previo a la competencia me lesioné las muñecas y rodillas y el doctor Álvarez Cambra me aconsejó no participar. Pero no dejaría pasar la oportunidad de participar en unos juegos olímpicos».

Y compitió así, le digo para extender la cuerda…

«Así mismo. Realicé un intento en cada modalidad con menor peso del que podía. Quedé en cuarto lugar con diferencia de un kilogramo respecto al medallista de bronce».

Entonces llegó el retiro, tras la mala fortuna de perderse los ciclos olímpicos de Los Ángeles 1984 y Seúl 1988. «Me tocó vivir esa etapa y estar del lado de los ideales por los cuales no participamos. Junto a otros compañeros no tuvimos la oportunidad de alcanzar ese sueño, pero de todas formas me siento muy contento con mi carrera». 

Se siente dichoso de la oportunidad de conocer a estrellas del deporte mundial. Rememora sus encuentros con Serguei Bubka, aunque no podían hablar porque no aprendió otro idioma que el español. Se siente dichoso de contar con la amistad de Javier Sotomayor y Silvio Leonard desde su etapa en el equipo nacional, además del grupo de las pesas que considera una familia. 

Hechenique siguió aportando conocimientos en su Pinar del Río natal, donde prefiere reposar en tranquilidad, alejado del “alboroto” capitalino. También llevó su experiencia a Ecuador y Venezuela en misiones internacionalistas. 

Y justo cuando pensaba que lo mejor ya había pasado para él, llegó el reconocimiento de la Federación Panamericana de Pesas, exaltándolo a su salón de la fama. 

«Fue el momento más alegre de mi vida vinculado al deporte. Jamás pensé que llegaría y me gusta pensar que estoy a la altura de merecerlo, pues mi vida fueron las pesas y después que muera seguiré recordado en ese sitial de los inmortales», sostiene emocionado. 

Entonces mueve la cabeza como si a nada más pudiera aspirarse en esta vida… ¿Qué otra cosa iría a pedir este hombre humilde que ya se pasea impoluto por el recinto de los inolvidables?


 

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