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MARTES 23
ABRIL, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Ricardo Vantes Rodríguez
Recibo y defensa como armas...

La historia de uno de los integrantes del equipo nacional de voleibol entre las décadas de 1980 y 1990.


Por: Lisset Isabel Ricardo
(lisset.ricardo@inder.gob.cu)
lunes, 4 de mayo de 2020

Trayectoria...

En ligas mundiales cuatro medallas de plata y una de bronce entre 1991 y 1997; en copas del mundo 1-1-1, en 1989, 1991 y 1993. Plata y cuarto lugar en los campeonatos mundiales de 1990 y 1994, respectivamente. Sexto lugar en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996; oro en los Juegos Panamericanos de La Habana 1991 y bronce en los de Mar del Plata 1995; plata y bronce en campeonatos mundiales juveniles, en 1987 y 1985, respectivamente.

En la actualidad...

Desde hace 16 años, capitán en el Jazz Club La Zorra y el Cuervo.


IMPASIBLE al punto de no poder imaginarlo en una cancha de voleibol como todo un “felino”, cazando balones y poniéndolos en manos del pasador para propiciar certeros ataques. Sin embargo, en muchos partidos exhibió acciones de defensa y recepción de altos quilates, con las cuales contribuyó a las victorias de su equipo.

Ricardo Vantes Rodríguez, gigante camagüeyano de un metro y 93 centímetros, integró una de las generaciones de voleibolistas de mayor valía en la arena internacional. También figuró entre los primeros contratados por un club extranjero, cuando en la temporada 1995-1996 fichó junto a cuatro compatriotas para el club Iraklis, de Salónica, Grecia.  

Con su hablar pausado y una sonrisa que parece no alejarse nunca de su rostro, Vantes te “arrastra” primero hasta la localidad campestre de Sierra de Cubitas, que lo vio nacer hace 54 años. Luego te adentra en el deporte que abrazó en la adolescencia sin apenas conocerlo.

A su talento natural, la talla y mucha disciplina unió los deseos de aprender, armas suficientes para ganarse un puesto en la selección de lujo que muchos triunfos regaló a esta Isla.

¿Cómo llegaste al voleibol?

A los cuatro hermanos nos querían para la escuela de remos de Nuevitas. Mi mamá se opuso en mi caso, pues era el más pequeño. Finalmente se fueron los dos mayores.

Continué en la Escuela Secundaria Básica Rescate de Sanguily, donde solo practicaba baloncesto “callejero”. Pero un voleibolista llamado Raymundo (Paito) me vio posibilidades, me llevó a la Eide de Camagüey y aprobé las pruebas para el ingreso.

El entrenador Eliseo Ramos, quien llegó a dirigir el equipo nacional, me dijo que no sabía de ninguno de los dos deportes, pero sugirió que probara con el voleibol. Él me enseñó y me hizo jugador.

¿Y al equipo nacional?

Me destaqué en competencias de base y juegos escolares nacionales. Entonces me captaron para la Espa Nacional, ubicada en el actual Club Habana, donde se preparaban los juveniles. De ahí se promovía a la preselección nacional.

Tenía buena técnica y había crecido. Después de los Juegos Panamericanos de Caracas 1983 llegué al grupo de 30 atletas que radicaba en el Centro de Alto Rendimiento Cerro Pelado.

Me impresionó estar entre aquellos jugadores. Era en realidad lo que quería, el camino que estaba labrando y el futuro hacia donde quería ir.  

¿Cuál fue el estreno internacional?

Iba con un equipo a Nicaragua y no me eligieron. Pero ese país estaba destinado para mi debut y así ocurrió, durante el Torneo Juvenil de Norceca, clasificatorio para el certamen mundial de la categoría en 1985.

Luego, en Milán, Italia, ganamos la medalla de bronce. Sin embargo, aún mejor fue la siguiente edición en Bahréin 1987. Allí fuimos subcampeones, solo perdimos contra Corea del Sur y me eligieron como mejor atacador, un premio en definitiva colectivo por el empeño que puse todo el tiempo para llevar al equipo al podio.

¿Qué posición preferías?

Eliseo Ramos me enseñó toda la técnica, el ABC del voleibol. Ya en la preselección nacional me di cuenta que faltaba recibo y defensa. Me preparé para eso. Me gustaba más defender, es algo espectacular. Además de hacerlo bien tienes que colocarte perfectamente detrás de los bloqueadores.

Resulta más difícil de lo que se piensa, y para lograr maestría en ambas acciones dediqué muchas horas extras de entrenamiento. Viví la satisfacción de incluirme durante casi una década entre los mejores del mundo en esas posiciones.  

Llegó tarde a tu carrera el surgimiento del líbero…

Jugué como tal, pero ya tenía en mente el retiro, que ocurrió en 1998. Si lo del líbero hubiera llegado antes estaría reservado para mí, porque defendía y recibía mejor que nadie.

Después de los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996 presentimos que a varios nos querían dar la baja. Pienso que un equipo necesita siempre algunos atletas de experiencia para guiar a los jóvenes, para que no se sientan solos ni crean que lo saben todo o son los mejores.  

¿Sucedió cuando llegaste al equipo nacional?

Tenía un referente para enfocarme en mi progreso, el matancero Rodolfo Guillén, excelente jugador y persona. A la defensa era magnífico, el hombre que debía superar en el terreno para llegar a titular.

Eso me obligaba a correr en la pista y hacer pesas, para estar más fuerte. Me gustaba la parte del entrenamiento con pelotas, pero debía esforzarme en todos los órdenes y ocupar su lugar a base de trabajo duro.

No puedes esperar que el entrenador se fije en todos tus errores, tienes que conocerlos para poder superarlos. Eran tres técnicos para 30 jugadores.

Fuiste regular y luego jugador de cambio… ¿Cómo afrontaste esa decisión?

Con edad juvenil, en 1983, ya estaba en la preselección nacional. En 1985 comencé a integrar el equipo. Asumí rol de titular de 1989 a 1994, cuando el colectivo técnico consideró que hacía falta un hombre para el momento en que fallaran los atacadores auxiliares. Esa función me gustó.

Hubo partidos que me marcaron. Contra Bulgaria y Estados Unidos, por ejemplo, me mandaron a la cancha perdiendo y ataqué, bloquee y el equipo se animó. En ambos casos ganamos 3-2 sets.

Fue una época de muchos triunfos…

Sí, formé parte de una selección con cuatro medallas de plata y una de bronce en ligas mundiales; con preseas de los tres colores en copas del mundo y otros buenos resultados.

Tuvimos grandes entrenadores, con muchos deseos de formar un equipo y ganar. Entrenábamos siete u ocho horas diarias. Ahora dicen los expertos que tras dos horas el cuerpo no asimila mayores cargas. Eso no se ha comprobado. Agrego la entrega, los deseos y el amor al deporte, superiores siempre a las muchas dificultades que tuviéramos.

¿Fuiste exigente contigo mismo?

En lo personal siempre tuve deseos de hacer las cosas bien y me molestaba cuando no salían así. Entonces, al otro día en el entrenamiento me preparaba para el juego siguiente. Dedicaba tiempo a lo negativo que hubiera pasado y trataba de corregirlo. Eso me ayudó a crecer.

¿Alguna competencia que recuerdes con especial cariño?

El campeonato mundial juvenil de 1987, porque tuve un rendimiento total en ataque, defensa y bloqueo. Sentía en cada buena jugada que me entregaba más y más. Fue muy bonito.

Otra que siempre recuerdo, aunque ocurrió el año de mi retiro, fue la liga mundial que Cuba ganó en 1998 por primera y única vez. Me habría gustado estar allí, estuve tan cerca de ese triunfo que lo anhelaba.   

¿Qué dices de la familia?

Para mí lo fundamental. Me apoyó en todo momento. Agradecido de mis padres por darme la educación y muchos buenos ejemplos y consejos. Lo que logré se lo debo a ellos. Y cuando empezaron a llegar mis hijas resultó algo especial.

Llegó el retiro… ¿Y después?

Ya acumulaba unos cuantos años, tenía una lesión en la columna y los dolores se incrementaron. También estaba un poco cansado y quería conocer otras cosas, relacionadas con lo que estudié, porque además de la Licenciatura en Cultura Física me superé en diferentes temáticas como relaciones públicas, marketing, inglés y negociaciones económicas.

Desde hace 16 años soy capitán en el Jazz Club La Zorra y el Cuervo, aunque seré siempre un hombre del voleibol cubano.

¿Qué aconsejarías a los atletas en estos tiempos de pandemia?

Esto es muy fuerte, una situación muy difícil, especialmente para los atletas que están en el camino de la preparación rumbo a los Juegos Olímpicos de Tokio.

Lo ideal es tener espacio físico, pero quien no lo disponga al menos debe mantenerse en actividad, con ejercicios de fuerza natural. No requieren ningún aparato para realizar abdominales, cuclillas, saltos, estiramientos y planchas, entre otros.

No deben, ni debemos, violar el aislamiento social. Todos sabemos su importancia para detener el contagio. Por eso es necesario mantenernos en casa.

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