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JUEVES 28
MARZO, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Miraida García Soto
Una campeona en casa

«Mi historia es la de una deportista que triunfó gracias a lo que hizo este país por mí. Ten en cuenta que soy negra y de un pueblito del interior llamado Cruces».


Por: Tony Díaz Susavila
(antonio.diaz@inder.gob.cu)
martes, 8 de mayo de 2018

Trayectoria...

Campeona nacional durante seis años consecutivos. Brilló indistintamente con el florete y la espada. En esa última se coronó monarca del mundo. Titular centrocaribeña y continental, la licenciada en Cultura Física comenzó su vida atlética como jugadora de tenis de campo.

En la actualidad...

Trabaja con niños desde hace tres años en el Centro Deportivo La Casona, en Cojímar. Algunos de sus pupilos están en la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar Mártires de Barbados, de La Habana, primer escalón de la pirámide deportiva cubana.


DISTINGUIDA por su talante irreverente, Miraida García Soto suele afirmar entre risas que ella es la “única” cubana campeona mundial de esgrima.

Ganó el título de espada en duelo frente a su compatriota Suledis Ortiz en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en 1997, pero antes su compatriota Taimí Chapé lo había conseguido en Francia 1990.

La causa de su aseveración tiene que ver con que «soy la única que vivo aquí, en Cuba», lo cual no intenta restar méritos a lo alcanzado por Chapé, quien tiempo después de su corona se nacionalizó española e hizo carrera en ese país.

Miraida comenzó su vida deportiva como jugadora de tenis en su natal Cruces, pero una mañana aparecieron en la cancha los profesores Elizabeth Calderón y Vicente Delgado y cambiaron a “una flaca zurda por dos derechas”.

«Quedé impresionada por como ocurrió todo. No se me olvida jamás. Lo cierto es que lograron enamorarme de la esgrima a través del florete, el arma en que me inicié a la edad de 11 años», recordó.

«La otrora monarca del orbe, tomando un descanso en la sala de esgrima del Complejo La Casona, en Cojímar, rememoró una trayectoria que tuvo su momento cumbre en Ciudad del Cabo, pero en la cual hubo otros momentos de gloria.

Ganar por equipos en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de México 1990, y conquistar la plata en los Panamericanos de La Habana 1991 le curtieron como floretista. Fueron la antesala de su proyección universal.

«Mi carrera no fue nada fácil. Estuve casi dos años fuera de la preselección nacional, de ahí que agradezca tanto a todos aquellos entrenadores que me disciplinaron, pues era bastante inquieta», admitió.

«Pasé dos temporadas alejada de las pistas a causa de la maternidad, y para retornar me inserté entre las espadachinas que preparaban Pedro Enrique y Jorge González», contó con evidente emoción.

«Hablé con la comisionada nacional, Rafaela González, bajé de peso y no hice quedar mal a quienes confiaron en mí. Comencé una aventura que me llevó a ganar plata por equipos en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995, y el sexto lugar por países en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996, cita en la que acabé en el puesto 24 individualmente», enumeró con pasión.

La cruceña de 49 “febreros” le cogió el sabor a escalar el podio y sumó también bronces en las copas del mundo de Italia y Hungría en 1997, de camino al certamen absoluto de la Federación Internacional de Esgrima (FIE).

«Ese año tuvimos un Grand Prix Villa de La Habana muy fuerte. Ahí quedé sexta, la mejor ubicación en mi país. Realmente esa es una espina que llevó por dentro. Siempre quise dar más ante mi pueblo. Lo mismo en Pabexpo, que en el hotel Habana Libre, las salas se repletaban de seguidores. Era uno de los eventos de mayor prestigio que se organizaba en el país», consideró con cierto pesar.

«No obstante, considero que no llegamos bien a Sudáfrica. Éramos respetadas, pero algo nos faltaba. Tras clasificar, pudimos enfrentar a la subtitular olímpica, la francesa Valerie Barlois, y a la campeona, su compatriota Laura Flessel, quienes estaban que “cortaban” en esa época», narró con un rostro de tensión ya innecesario.

«Pero igual salimos con el ímpetu propio del cubano, dispuestas a dejar la sangre allí mismo. En definitiva, las francesas quedaron en el camino, “Sule” venció por bronce a la Chapé y yo a la húngara Gyongyi Szalay, y nos medimos por el oro. Fue el más grande momento deportivo que disfrutamos las muchachitas de Pedro Enrique», afirmó con satisfacción infinita.

«Después parece que me estudiaron bien, pues en el Mundial de Seúl 1999 quedé tercera individualmente», estimó sonriente.

Como si estuviera en un duelo, Miraida ataca, defiende y riposta en cualquier distancia. Así ha trascurrido el diálogo con la hoy residente en el marino pueblo de Cojímar, al este de La Habana.

«No te he dicho que después fui doble campeona centrocaribeña en Maracaibo 1998, y que repetí el doblete en los Panamericanos de Winnipeg 1999. Mi gran deuda fue una medalla olímpica», dijo mientras regresaba la seriedad a su fisonomía.

«Tengo tres hijos. Al parecer la hembra va a seguir mis pasos. Ya probó y le gustó ser campeona nacional de la categoría de 9-10 años en España, donde vivimos por corto tiempo. Está entrenando con Nancy Quesada y conmigo en el centro deportivo de La Casona. Tenemos un buen grupo de futuros campeones. Algunos que pasaron por allí están en la Eide Mártires de Barbados», resaltó.

«Me gustan casi todos los deportes, pero la esgrima me atrapó de un modo que no puedo describir. Todavía hoy me pongo la chaqueta, aprieto la espada y enfrento lo mismo a hombres que mujeres. Sueño con regresar a la alta competición, pero entre veteranos. Existen campeonatos máster en el mundo. Sé que volveré», auguró decidida.

Con ese sueño se despidió de los lectores de JIT, sin antes lanzar el infinito agradecimiento a quienes no solo la hicieron monarca universal, sino también una mejor mujer, amiga, compañera y amorosa madre.

«Mi historia es la de una deportista que triunfó gracias a lo que hizo este país por mí. Ten en cuenta que soy negra y de un pueblito del interior llamado Cruces», concluyó.

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