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MIÉRCOLES 24
ABRIL, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Lázaro Marino Junco Neninger
«Siento que me quieren y admiran»

Dotes excepcionales para pegarle con furia a la bola le llevaron a establecerse entre los más temidos jonroneros de los clásicos nacionales, aunque no recibió muchas oportunidades con la selección grande.


Por: Tony Díaz Susavila
(antonio.diaz@inder.gob.cu)
martes, 31 de enero de 2017

Trayectoria...

Campeón mundial en La Habana 1990, evento en que resultó líder en jonrones y carreras impulsadas, y en la Copa Intercontinental de Barcelona 1991.  Ostenta la distinción Mártires de Barbados que otorga el INDER.

En la actualidad...

Profesor de béisbol en la Escuela de Iniciación Deportiva de Matanzas Augusto Turcios  Lima y en la academia del territorio yumurino.


Matanzas.- LÁZARO Marino Junco Neninger, el hombre que encumbró su figura de ébano en escenarios beisboleros de Cuba y allende los mares, ya vio pasar más de dos décadas desde su retiro del deporte activo.

Dotes excepcionales para pegarle con furia a la bola le llevaron a establecerse entre los más temidos jonroneros de los clásicos nacionales, aunque no recibió muchas oportunidades con la selección grande.

Hoy llega a las páginas de JIT como resultado de no pocas solicitudes de quienes le siguieron o conocieron después de su historial.

¿Dónde comenzaste tus andares beisboleros?

En serio en el Instituto Politécnico de Química Mártires de Girón, en el municipio de Playa, en La Habana. No había pasado ninguna escuela deportiva, pero practicaba voleibol, boxeo y baloncesto, así que el profesor Pablo Gutiérrez me hizo las pruebas para integrar el equipo de béisbol.

Siempre me animó, con el consejo de que le pegara delante a la pelota para aprovechar mi fuerza natural. En 1978 terminé los estudios de química industrial y me invitaron a la preselección de Industriales, pero preferí volver a Matanzas.

Llegué a Limonar y enseguida fui a los entrenamientos para la serie provincial, desde la cual clasifiqué para Citricultores con Gerardo “Sile” Junco como director.

Recuerdo que le di el primer jonrón a uno de los grandes lanzadores de aquel momento, Orlando Figueredo, en el estadio Victoria de Girón, como emergente.

¿A quiénes debes tu exitosa carrera?

A muchos, pero Gutiérrez y Gerardo me enseñaron casi todo lo que aprendí para jugar béisbol y dar jonrones. En los inicios era un buen robador de base, y Sile, con esa gran visión para formar peloteros, me dijo que mi función era dar cuadrangulares y empujar corredores para el home, pues para robar estaban otros.

Le acepté la sugerencia porque me había lesionado la rodilla derecha jugando baloncesto y hubo que pasarme un “clavo”.

¿Cuáles guardas como grandes momentos?

Son varios, pero el día que integré el equipo Cuba para los Juegos Centroamericanos y del Caribe de La Habana, en 1982, es uno de ellos. Me fue muy difícil hacer el Cuba. Nunca me explicaron las razones por las que no me seleccionaron antes, aunque había rendido un mundo.

Sin embargo, en ese torneo la única vez que salí al cajón de bateo me poncharon. Imagínate, en el Latinoamericano y frente al equipo de Puerto Rico... Eso me marcó mucho.

Pero no te quedaste con la espina...

En mi otro turno de valor, dos años después en el Mundial de La Habana, salí en sustitución de Antonio Muñoz y me desquité con jonrón. El propio Muñoz me felicitó.

También recuerdo cuando le rompí el récord de jonrones al Gigante del Escambray, que era de 370. Sobrepasarlo hizo que me siguieran más los amantes del béisbol.

¿Sientes nostalgia por aquellos días de gloria?

Sí, y mucha, aunque prácticamente vivo en el terreno de pelota. El béisbol ha sido de lo más grande en mi vida, tanto que no decidí retirarme, pues quería llegar a 500 jonrones, pero la presión de muchos directivos me obligó a ello. Fueron tiempos difíciles.

Había logrado 11 liderazgos de jonrones y en 1992-1993 implanté marca para un torneo de invierno con 27. Me sentía bien, pero me pidieron que acabara y el 12 de abril de 1996 dije adiós.

Pero incursionaste en otras ligas…

Jugué en la Liga Nicaragüense ese mismo año y después estuve en la llamada Liga Industrial de Japón, por tres años. Allí fui líder de jonrones en dos temporadas y en una llegué a pegar 22 en 32 juegos.

Como iba de jugador–entrenador formé a varios atletas con algunos de los cuales aún mantengo comunicación. También cumplí esa doble función en Ecuador y Nicaragua.

¿Qué haces hoy?

Soy profesor de la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) Luis Augusto Turcios Lima, de Matanzas, donde tengo alumnos que serán buenos si no se malogran en el camino. Hay una excelente cantera y ya he formado a unos cuantos jugadores. Casi siempre me pueden encontrar aquí, en el Palmar de Junco, sitio al que los traigo día por día para entrenarlos.

¿Algún pelotero en la familia?

Mi hijo Lázaro hizo algo más que pininos, pero dejó el béisbol para estudiar. Tengo una hembra que no se decantó por el deporte. Vamos a ver si algún nieto se acerca al cajón de bateo…

¿Cómo te tratan los seguidores de Matanzas y los aficionados en general? 

Siento que me quieren y admiran. Me dan muestras de ello a toda hora. Hace poco, durante la clínica compartida con Grandes Ligas en el Victoria de Girón, me encontraba en las gradas y recibí la grata sorpresa de escuchar que los presentes coreaban mi apellido para que me sumara. Resultó un reconocimiento por tantos jonrones, y me hizo muy feliz.

Proyectos inmediatos...

Mantenerme enseñando y abrir una especie de academia en La Habana con Lázaro de la Torre. Ya nos aprobaron el proyecto, que de concretarse como queremos será muy beneficioso para la pelota cubana. El béisbol es mi pasión, lo que me alimenta para andar cada día por la vida como el hombre realizado que soy.

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