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MARTES 23
ABRIL, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Hermes Julián Ramírez Limonta
«Ser atleta es lo mejor que me pasó»

Se encumbró entre los más precoces velocistas cubanos, dueño de una arrancada impresionante y facilidades poco vistas para el desplazamiento.


Por: Eyleen Ríos López
(eyleen.rios@inder.gob.cu)
miércoles, 28 de septiembre de 2016

Trayectoria...

Nació en Guantánamo el 7 de enero de 1948 (vive en La Habana desde los 4 años de edad), plata en el relevo 4x100 de los Juegos Olímpicos de México 1968, tres veces subtitular en los 4x100 de los panamericanos entre 1967 y 1975.

En la actualidad...

Retirado de la vida laboral disfruta de la tranquilidad de hogar y se mantiene activo en el círculo de glorias del deporte, en especial del atletismo.


La Habana.- ESCUCHARLE fue como volver a aquellas carreras olímpicas del relevo corto cubano, sobre todo la que le dio plata en México 1968, evocar la lesión previa a Múnich 1972 o acompañarle en sus jornadas de preparador físico en escuelas militares.

Dialogar con Hermes Ramírez en la pequeña sala de su casa, muy cerca de la concurrida Esquina de Tejas, resultó también una clase de historia, dadas sus experiencias como alfabetizador y el sentido de pertenencia por el país de que se siente orgulloso.

Se encumbró entre los más precoces velocistas cubanos, dueño de una arrancada impresionante y facilidades poco vistas para el desplazamiento, aunque habría querido disponer de más fuerza para los remates.

Hizo suyo el mejor tiempo del mundo para los 100 metros entre juveniles (10.2 segundos), registró cuatro veces 10 flat en esa distancia y es de los pocos corredores de la isla asistentes a tres contiendas olímpicas: México, Múnich y Montreal 1976.

Fundador de los Juegos Escolares, multimedallista en Juegos Centroamericanos y Panamericanos, y activo durante 12 años en el equipo nacional, quizás no siempre recibió el reconocimiento merecido por su trayectoria.

Sin embargo se negó a opinar al respecto e insistió en priorizar lo que dependió de su entrega, sin pasar por alto algo de las “locuras” de su juventud, su pasión por el béisbol y el equipo Industriales, y los hijos, nietos y hasta bisnietos que le hacen feliz a los 68 años.

«Es que comenzaron a llegar muy pronto», dijo sonriente al final de un intercambio que pareció muy corto, porque atrapa desde un manejo de la comunicación tan bueno como fue sobre las pistas.

Rompamos el orden cronológico de los sucesos y comencemos por la afectación de las piernas que le llevó a una intervención quirúrgica... 

Fue en 1998, mucho después del retiro, pero causada por el desgaste del deporte, que no deja los mismos efectos en todos. El profesor Álvarez Cambras me explicó que cuando eres atleta todo el tono muscular está en función de la actividad que realizas, pero al dejar de serlo disminuyes y si no te desentrenas los músculos sufren cambios que causan movimientos que dañan los huesos. Por eso necesité hasta una prótesis interna que me ha salido muy buena.

¿En los años de atleta se lastimó mucho?

Mi lesión más dolorosa fue una semana antes de los Juegos Olímpicos de Múnich, donde podía haber ganado los 100 metros... Me cayó el mundo encima porque estaba en un momento estelar, tanto que había logrado 10 flat en dos ocasiones.

¿Qué pasó exactamente?

Fue una lesión en el bíceps femoral, que me impidió correr los 100 metros y limitó mis opciones en el relevo, donde no clasificamos. Sucedió ya en la sede, en una jornada de preparación donde cubrí una posición que no era la mía, la curva, porque se probaron cambios... La primera curva es muy difícil, muy larga, y no tenía esa fuerza brutal de la juventud... Siempre aproveché mucho la arrancada, que la tenía muy buena, y además tenía muy buena comunicación con los vallistas, que habitualmente corrieron esa primera curva.

Ahora sí vayamos a los inicios: ¿Por qué llegas al atletismo?

Creo que el origen está en la alfabetización, que me llevó a la Sierra Maestra, en La Plata, donde Fidel firmó la Ley de Reforma Agraria. Tenía que caminar alrededor de 10-12 kilómetros para buscar la “luzbrillante” para los faroles en un lugar que se llama Puerto Malanga, y esa trayectoria la hacía corriendo, sin tener idea de lo que iba a pasar con mi vida después de eso, pues solo tenía 12 años. Luego me fui a estudiar en Tarará, hice la preparatoria para la secundaria y me convertí en atleta en el año 1962 porque en uno de esos programas LPV que se organizaban una profesora me tomó el tiempo y me dijo «No puede ser, hay que volver a correr». Lo hice y nuevamente marqué 12 segundos exactos en 100 metros...

¿Cómo “mira” hacia esos años?

José “Cheo” Salazar fue mi primer entrenador, y me llevó a los primeros Juegos Escolares, donde estuve en un equipo que se llamó Becas, que compitió con identidad de provincia. Pasé al equipo nacional en 1964, con 16 años, como parte de un grupo en el que también estaban Cristina Echevarría, Marcia Garbey, Miguelito Olivera... Éramos atletas jóvenes que por primera vez íbamos a conformar un equipo juvenil y nos acogieron sin recelos, conscientes de que éramos el relevo del equipo nacional.

Háblame de la plata olímpica de México 1968...

Solo llegamos con intenciones de participar, porque teníamos buenos resultados individuales pero no como relevo. Pero el polaco Edmund Pochowosky, que era uno de los entrenadores, siempre nos tuvo mucha fe y eso nos fue alentando a todos. Hicimos tres carreras y siempre coincidimos con los estadounidenses. Rompimos el récord mundial en semifinales (38.7), pero luego los jamaicanos también lo hicieron (38.6) y se veían ganadores. Recuerdo que en la discusión de las medallas todo nos salió bien, con unos cambios violentos, aunque no pudimos evitar el triunfo de Estados Unidos.

Entonces, ¿fue una plata disfrutada?

Sí, sobre todo porque las muchachas también la lograron, y si no pensábamos en la nuestra la de ellas era menos probable. Lo hicieron muy bien, desplazándose a una velocidad que nunca imaginé, y me impresionaron mucho. Por eso hay una foto en que aparezco mirando para otro lado, porque estoy viendo esa carrera, que fue después de la nuestra.

¿Cuándo decides retirarte?

Fue en 1976 y todavía marcaba 10.20 segundos en los 100 metros, pero estaba cansado de correr, de levantarme por las mañanas a entrenar, aunque tuve muy buenos resultados en ese último período: plata en el relevo y bronce individual en los Juegos Panamericanos de 1975.

¿Qué vino luego?

Estudiar y trabajar, porque tenía 30 años y necesitaba prepararme. Fui profesor del Instituto Técnico Militar, incluso desde que era atleta, y luego salí para Barbosa, para  la escuela técnica de la DAAFAR, y de ahí a la de artillería. También trabajé en México un año y medio, y después en la escuela de la Contrainteligencia. Más tarde en Panamá, y estuve cuatro años en el equipo nacional, entre el 2008 y el 2012, en momentos muy convulsos del atletismo cubano. Era difícil ser jefe de área y el estrés me llevó a la jubilación.

¿Qué es lo más complicado para un atleta?

Controlarse (risas), porque necesitas asumir la actividad a la que la vida te ha llevado, pero la juventud es difícil y piensas que puedes hacer muchas cosas y no te cuidas. Por eso te decía que los últimos años de mi carrera fueron más prolíferos, porque dormía a la hora, descansaba bien... Lamentablemente la experiencia no se adquiere en el momento en que mejor forma estás...

¿Su mayor cualidad para correr?

Una concentración extraordinaria, que era lo mejor de mi arrancada. Para ganarle al “Fígaro” (Enrique Figuerola) había que salir bien, si no era imposible, y fui el único que lo hizo dos veces en Cuba. Yo era un corredor de muy buenos pasos transitorios, con una gran potencia, y cuando estaba bien preparado no podían alcanzarme, pero me desestabilizaba mucho cuando perdía la fuerza de los brazos.

¿Si le pregunto por el mejor velocista cubano?

Se llama Silvio Leonard. Sus resultados fueron tremendos, mucha gente decía que yo era más consistente, el que más tiempo estuve en activo, pero el más extraordinario es él. Y no por sus características, pues era delgado, y la parte superior de su cuerpo no jugaba con la velocidad que era capaz de desarrollar con sus piernas. Marcó 9.98 segundos y para eso hace falta correr... Cuántos años han pasado, y todavía es el mejor tiempo de Cuba.

¿Y no podemos verlo como estancamiento de la especialidad?

Claro que no es lógico carecer de hombres capaces de superarlo, pero eso no le resta mérito. Creo que necesitamos volcarnos en nuestra área a desarrollar la velocidad, no a Europa, porque aquí mismo se corre muy duro, están casi todos los mejores tiempos que se hacen en el mundo, en todas las islas del Caribe, y nosotros fuimos sus “padres”...

¿Se disfrutan igual los triunfos del relvo?

Sí, porque compartes la alegría, tanto en el 4x100 como en el 4x400. Es el esfuerzo de cada cual y el de todos, y todavía, luego de tantos años, cuando nos reunimos nos decimos «ya tenemos para un relevo».

¿Qué le faltó?

Ganar más individualmente. Creo que debí haber llegado a campeón centroamericano, e incluso panamericano, pero a nivel continental me fue negado hasta en los relevos. En 1975 contábamos con Silvio y considerábamos que romperíamos el récord del mundo, porque bajábamos de 38 segundos, pero su caída en el foso lo cambió todo. Corrimos 38.46 con José Triana Matamoros y fuimos segundos.

¿Vive igual el deporte ahora?

Disfruto o sufro cada resultado, en mi deporte y en otros, y  la gente también te reconoce y pregunta qué pasa con tal o cuál resultado, y a veces tienes que dar explicaciones, opiniones...

¿Lo mejor que le pasó en la vida?

Haber sido atleta, pues todavía disfruto lo bueno, lo malo y lo regular que viví. Hay una cosa importante, y es lo que creé alrededor mío, y siento que la gente me quiere.

¿Lo más triste?

Múnich´72, porque se me perdieron años de trabajo.

¿Qué cambiaría de tu vida?

Hay muchas cosas que no repetiría, pero sin pensarlo reiteraría el atletismo y ser entrenador, aunque no en Cuba, porque sufriría mucho. 

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