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Publicación del Instituto Nacional de
Deportes, Educación Física
y Recreación INDER
JUEVES 25
ABRIL, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Raúl Vázquez Vázquez
La indetenible “Locomotora de Colón”

 

 

 


Por: Lisset Isabel Ricardo
(lisset.ricardo@inder.gob.cu)
martes, 13 de octubre de 2015

Trayectoria...

Sumó 11 Vueltas Ciclísticas a Cuba entre 1966 y 1978. Rey en 1971, subtitular en 1972 y tercero en 1968. Participó en los centroamericanos y del Caribe de San Juan 1966; Panamá 1970 (plata persecución por equipos y bronce en el kilómetro contrarreloj), y Santo Domingo 1974 (oro persecución por equipos y plata individual). También intervino en los Juegos Olímpicos de México 1968, Munich 1972 y Montreal 1976, cuatro Campeonatos Mundiales e igual número de Carreras de la Paz (Europa), así como en varios giros al Táchira, México y otros países.

En la actualidad...

Activo líder de la Peña La Guayaba, en la que compite y trasmite sus conocimientos a los más jóvenes.


SIEMPRE lo asocian con el municipio de Colón, aunque nació el 18 de enero, hace 67 años, en la finca Las Delicias, en Corralillo, Villa Clara.

Pero a los cinco años su familia se trasladó a aquella localidad de Matanzas porque la policía batistiana perseguía a su papá por actividades revolucionarias.

Eran siete hermanos, ni pensar en juguetes y mucho menos hacer realidad el sueño de cada noche, la bicicleta, lo que muchas veces lo hizo llorar sin consuelo.

A los 13 años tuvo que abandonar la escuela para ayudar a la familia. Un campesino le pagaba tres pesos al mes y un litro de leche.

Después vendió dulces, café, naranjas y otros productos en las construcciones donde su papá trabajaba hasta que prefirió ser ayudante de albañil, ahorró y le pidió permiso para comprar su añorado juguete.

¿Por qué requirió su consentimiento?

Era mi propio salario, pero existía un tremendo respeto por los padres y le entregaba cada cobro para la casa.

¿Y la bicicleta?

De fabricación china, mis amigos en Colón la desarmaron, le quitaron los guardafangos y le pusieron un timón estrecho. No entrenaba, solo montaba para ir a trabajar y salir por las noches.

¿Cómo se hizo competidor?

Empecé a entrenar los domingos, en mis únicos días libres. Me presenté a una provincial y le gané a Pedro Palmer, buen ciclista que devino gran entrenador. En otra competencia de segunda categoría en Camagüey logré cuarto y quinto lugares. ¡Y todavía no sabía ni montar bien!

¿El ascenso al equipo grande?

Luego de los I Juegos Nacionales de los Trabajadores en 1965, tenía 16 años. Ángel de León, dirigente del ciclismo en Matanzas, le dijo al comisionado Reinaldo Paseiro “Tengo un guajiro ahí...” Este me vio correr y le gusté.

¿Y llegó a la Casa de Ciclismo?

Sí, en calle 8, entre quinta y séptima, Miramar, donde radicaba el equipo nacional, y como aprendí a hacer cualquier cosa apoyé muchísimo en su remodelación.

¿Estudiaba?

No llegué a la Universidad, pero hice algo con mucho esfuerzo, pues entrenábamos una o dos sesiones diarias y otra era en la Industria Deportiva. Paseiro entendía que ese era un trabajo educativo, de formación de valores, y había que laborar y duro. Eso al final curte, te prepara.

¿Exigente Paseiro?

Sí, convirtió la Casa de Ciclismo en una joya del deporte, los sábados nos dividía en grupos y cada uno debía limpiar una parte, teníamos cinco habitaciones, dos baños, par de terrazas, comedor, cocina y un local para guardar las bicicletas, y la mecánica la hacíamos en la Ciudad Deportiva, donde radicaba la comisión.

¿Él mismo inspeccionaba las bicicletas?

Todos los domingos... Les pasaba el dedo, y a la más mínima grasa o algo de polvo era un reporte. Todos los ciclistas de más de 60 años fuimos educados bajo su tutela, instruidos con rigor, pero era un padre, lástima lo perdimos tempranamente.

Pero usted era muy disciplinado...

Así me han considerado, y en verdad ni me han regañado.

Siempre he tenido muy buenas amistades dentro y fuera de Cuba, porque viajé bastante, y a mis compañeros de equipo y los que no los ayudé mucho y sigo haciéndolo.

¿Qué corría?

Pista y ruta: en los Juegos de México’68 el kilómetro contrarreloj, persecución individual y por equipos, y Paseiro me puso hasta en la velocidad, porque hacía mejores tiempos que los especialistas. En las tres olimpiadas y los cuatro mundiales a los que asistí casi siempre era el mejor de América Latina, ubicándome en los puestos entre 12 y 13.

Ahora el nivel es mayor...

Innegablemente, en este continente lo han elevado mucho Estados Unidos, Canadá, Colombia, Venezuela, entre otros.

¿A qué atribuye sus resultados?

Lo primero es que el atleta tiene que sentir, gustarle lo que hace, o sea amor y deseos, y a eso añadir dedicación y disciplina, que se relacionan cuando le pones el corazón a tu deporte y este requiere esfuerzos, porque aunque todos exigen sacrificios y concentración para rendir no cabe dudas que el ciclismo es exageradamente fuerte.

¿Tenía apoyo de la familia?

Cuando era un veinteañero conocí a una muchacha de 15, María Elena Ruiz Martínez. Nació el amor, nos casamos el 3 de diciembre de 1972, tuvimos dos hijos y mantenemos ese lindo sentimiento. Creo que ahora nos queremos más.

¿Qué ha representado ella?

Todo, desde novios se montaba en mi moto y llevaba detrás la bicicleta cuando corríamos en el CVD Eduardo Saborit, nuestro “velódromo” en aquella época. Fue hasta mi fisioterapeuta.

¿Entonces, también realizado personalmente?

Y feliz porque el varón, Orelvis, es ingeniero informático, y Aysel máster en química, y nos han regalado lindas nietas.

¿Qué ha hecho después del retiro oficial?

Ese 1980 comencé como entrenador en el club deportivo de las FAR, donde estuve muchos años. Después fui jefe de cátedra en el municipio Cerro y atendía un grupo de atletas, hice un trabajo muy bonito que nunca se me olvidará.

¿Laboró en la Academia Provincial?

Desde 1988, cuando radicaba en la “Finca de los Monos”, y luego en el velódromo, desde que estaba en construcción. Nuestras dos habitaciones eran las más ordenadas, incluso cuando nos movieron a un cubículo debajo de la pista se reflejó ese ambiente. En el 2006 fui por Cubadeportes a Guadalajara hasta el 2008.

¿Y al regreso?

Pude haber hecho la misión antes, pero la evadía porque soy muy casero y temía a la nostalgia, porque para mí el hogar, mis hijos y nietos son todo. Llegué de México con 61 años y decidí jubilarme, aunque nunca me he bajado de la bicicleta.

¿Ha sido otro amor eterno?

Mary me dice que esa es mi verdadera esposa, pero claro que no, aunque nunca voy a “colgarla”, porque montarla me resulta un gran placer, como pedalear con los jóvenes.

¿Diferencias entre aquella y esta época deportiva?

En la mía más dedicación, disciplina, voluntad, no teníamos bicicletas extraordinarias, pero competíamos mucho dentro y fuera del país. Las muchachas aquí se desarrollan más porque además de su calidad corren entre los hombres, pero si ellos no chocan con un mayor nivel se estancan.

Háblenos de su labor como líder de la Peña La Guayaba.

Trato de sumar corredores junto al también exciclista Gustavo “Wajay” Vázquez, Anatoli Cancio y un antiguo alumno de la Academia, Marcelo Leyva. Montamos, competimos, ayudo en la técnica, en la importancia de la correcta posición sobre la bicicleta o la distancia del asiento al timón, y les hablo de la historia.

¿Y sobre el desentrenamiento?

Les insisto mucho, incluso a los de otros deportes, porque me preocupa cómo algunos han engordado, tienen la vida en un hilo, pueden ser víctimas de infartos o isquemias si no hay una continuidad del ejercicio, que nos ayuda a enfrentar mejor alguna enfermedad. Trato de no excederme de los 75 kilos sin dejar de comer normal y dormir bastante, pero cada día pedaleo, no importa adónde, eso es sagrado.

¿Entonces “La Locomotora de Colón”, como le apodaron, sigue engrasada?

Soy un agradecido del INDER y mi Revolución. Era un muchacho descalzo, extremadamente pobre, nunca tuve un juguete, lo mío eran botellas amarradas a pedazos de madera. Recibo, además de mi jubilación, lo que me corresponde por mis medallas internacionales, y voy a estar activo hasta que mi cuerpo resista. A veces voy pedaleando y me gritan: ¡¿Vázquez, hasta cuándo?! Y les respondo contento: ¡Hasta siempre!

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