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Publicación del Instituto Nacional de
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VIERNES 29
MARZO, 2024
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La Habana
Año 66 de la Revolución
Anier Octavio García Ortiz
«Me enorgullece saber el valor que me da mi pueblo»

Es de los pocos que rompió la hegemonía estadounidense en los 110 metros con obstáculos bajo los cinco aros y cosechó premios en mundiales al aire libre y bajo techo.


Por: Eyleen Ríos López
(eyleen.rios@inder.gob.cu)
viernes, 15 de agosto de 2014

Trayectoria...

Campeón olímpico en Sydney´00 y bronce en Atenas´04. Dos veces subcampeón mundial al aire libre y monarca bajo techo en París´97. Oro panamericano en Winnipeg´99 y centroamericano en Maracaibo´98.

En la actualidad...

Retirado desde el 2008, trabaja de entrenador de vallas en México.


POSIBLEMENTE hubiera brillado en cualquier otro deporte, pero el sentido de la fidelidad le condujo a las vallas y su colección de triunfos premió esa decisión.

Condiciones físicas acompañaron por toneladas al santiaguero Anier García: 1,90 metros de estatura y puro músculo le allanaron el difícil camino al estrellato, aunque también le dejaron más de un dolor de cabeza.

Quiso concretar el sueño de su madre, que vio truncada una posible llegada a la élite para formar familia, y lo cumplió a plenitud con oro y bronce olímpicos como lauros mayores.

Es de los pocos que rompió la hegemonía estadounidense en los 110 metros con obstáculos bajo los cinco aros, cosechó premios en mundiales al aire libre y bajo techo, y otros mítines de primer nivel, e impuso su clase en juegos panamericanos y centroamericanos.

Aunque nunca bajó de los 13 segundos y quedó con los deseos de implantar un récord universal, se codeó con otros grandes como Allen Johnson y Terrence Trammell, y nadie dudaría en incluirle entre las estrellas de esa especialidad.

Extrovertido, bailador y fanático de compartir con sus amigos, es también disciplinado, consagrado y serio para cumplir las metas que se impone.

Sacrificó las mejores horas de su juventud en busca de un resultado, dejó de asistir a fiestas o salir con una novia, sufrió no pocas lesiones y supo reponerse ante más de un tropiezo.

Cambió su vocación de ingeniero naval por el deporte, aprendió de Santiago Antúnez todo lo que sabe de las vallas y armado de ese arsenal labra su propio camino como entrenador en México.

Asegura no arrepentirse de casi nada, pero reconoce que quizás hubiera demorado un poco más su retiro, convencido de que a sus 38 años aún pudiera estar sobre las pistas.

De esos y otros temas conversó con JIT en su apartamento habanero de Infanta y Manglar, en un piso 18 desde donde contemplamos a la ciudad ponerse en movimiento un lunes bien temprano.

¿Por qué el atletismo?

Es un tema familiar, porque mi mamá y mi papá fueron atletas y yo siempre estaba corriendo, aunque fui un niño enfermizo y esa resultó una de las razones por la que me vinculo al deporte. Padecía de asma y me recomendaron la natación para desarrollar la respiración, pero mi mamá tocó el agua de la piscina que estaba friísima y dijo «Qué va, se va a morir ahí». Y me llevó para el atletismo.

¿Y las vallas?

Mi padre fue corredor de 400 metros con vallas, es decir que lo tenía en la genética. Sin embargo poseía buenas condiciones para el salto de altura y logré 2,10 metros con 15 años, así que me dieron a escoger en mi última temporada como escolar. Las vallas siempre me llamaron más la atención por su complejidad, por lo integrales que son, el cómo entrarles, la forma de desarrollar la velocidad... Siempre fueron mi pasión y me incliné por los 110.

Además Sotomayor reinaba en las alturas...

Es verdad. Siempre bromeamos con ese tema y me dice «Menos mal que te fuiste porque ya yo estaba aquí…».

¿Qué cualidades consideras importantes?

Necesitas desarrollar capacidades como la potencia, la velocidad, la técnica y la sincronización. Yo no era muy rápido pero hacía más o menos 10.32 en 100 metros y unos 21 o 20 altos en 200, aunque nunca cubrí oficialmente esas carreras. Lo que sí lograba era trasmitir mi velocidad en las vallas y por eso digo que las condiciones que más me veo era mi forma de ser, la actitud con que enfrentaba la carrera.

¿Disciplinado?

Siempre lo fui, aunque como todo joven cometí algunos errores. Pero los resultados demuestran que hubo disciplina. No se puede separar eso. Con 20 años éramos “anormales”, no podíamos hacer lo que un joven cualquiera a esa edad, un concepto que nos inculcó mi entrenador Santiago Antúnez, y por eso de retirado estoy conociendo cosas que no pude hacer en esas edades. Creo que fui muy entregado.

¿Qué tuviste en contra?

Me lesioné muchísimo, porque mi condición física, de tanta fuerza y potencia, me llevaba a lastimarme por la propia masa muscular. Era muy musculoso y me comportaba como un “cristal”: en la etapa alta, cuando mejor estaba, siempre corría el riesgo y necesitaba de un trabajo profiláctico muy fuerte por parte de mi masajista. Ese era el problema, que incluso me llevó a apurar el retiro, pues tengo 38 años y pudiera estar corriendo, pero las lesiones me acabaron, por lo que a los 32 decidí irme antes de los juegos de Beijing.

¿Hubieras podido competir ahí?

Creo que sí, recuerdo que estaba Dayron con récord del mundo, y yo me sentía mejor que para Atenas, cuando fui bronce. Había tenido una temporada perfecta, sin molestias, pero un mes antes me lesioné en Polonia y eso me bajó mucho la autoestima, todo se me fue. Después de tantos años luchando y de ser el Anier aguerrido eso me golpeó muy duro.

Te propongo regresar en el tiempo al oro de Sydney’00.

Ese año me sentí muy bien. En tres carreras estuve a punto de hacer récord del mundo y no se concretó, por lo que digo que no estaba para mí. Solo había sufrido una contractura debido al propio ácido láctico que se acumula y dije «Para la final no voy ni a calentar». O sea, en el sentido de la intensidad, solo estiramientos y trabajo con el masajista, y pensé «Que pase lo que vaya a pasar dentro de la carrera»… Sabía que no podía arrancar suave en medio de ese nivel, así que era todo o nada.

¿Cómo recuerdas la alegría de saberte campeón?

Es una sensación que no se describe... He dicho siempre que no puede explicarse, y aún no la asimilo completamente, aunque cada persona que me habla de ese oro me hace revivirla. En Cuba somos muy deportistas y cada vez que vengo es como si hubiera corrido ayer, porque la gente se me acerca con cariño y eso me hace crecer como persona, me fortalece y me enorgullece saber el valor que me da mi pueblo.

Se ha escrito mucho sobre ese día y el previo. Santiago dice que apenas durmió, ¿Cómo fue para ti?

Ay Dios... Como ya había ganado dos carreras y me veía fácil estaba muy bien, y creo que la ansiedad fue mi tranquilidad. Ya en la final Santiago y yo ni hablábamos, estábamos concentrados, muy serios los dos, en un estadio con 55 mil personas que yo no escuchaba. Teníamos una conexión única, no necesitábamos hablar, la confianza era mutua y sentía un gran respaldo. Aunque siempre fui muy hiperactivo, y corría, gritaba y saltaba por la pista, ese día estuve tranquilo. Oía mi música, el soul que me gusta mucho por su toque suave.

¿Cómo asumes saberte uno de los ocho no estadounidenses ganadores de esa prueba en 28 citas olímpicas?

Creo que somos un poco “frescos” los que hemos roto esa hegemonía en una carrera prácticamente dominada solo por ellos, y es un honor ser de esos pocos.

Volvamos a Atenas, donde otra vez llegas al podio.

Esa es una historia que empieza un poco antes, porque en el 2003 sufrí una ruptura de tercer grado en la cabeza del bíceps femoral durante los Juegos Panamericanos de Santo Domingo, y pensé que me llegaba el retiro. Recuerdo que el Profesor Álvarez Cambra me examinó en presencia de los doctores Ricardo Anillo y Antonio Castro, mi entrenador, mi fisioterapeuta... el elenco completo, creo que eran más de 15 personas, y determinaron que era de operación. Por supuesto que pregunté sobre otras opciones, diciendo «Yo descanso, hago el tratamiento que sea, pero operarme… entrar a un salón, no eso no».

Anillo, que es amigo y hermano, me dijo que había una posibilidad e indicó un tratamiento, y el “profe” también valoró y me dio 15 días para evaluar si daba resultado.

Y terminaste evitando la operación…

Hice todo como lo indicaron e increíblemente la sangre de la ruptura no se “regó”, se quedó concentrada en un solo lugar y empezó a generar ahí mismo las fibras. Fueron seis meses sin tocar una pista, de reposo con tratamiento, por eso lo que decía sobre la importancia de la disciplina para los atletas. Hacía cosas en piscinas, otro tipo de trabajo con los técnicos, y así llegó la Olimpiada.

¿Cómo enfrentaron ese déficit?

Nos fuimos para Europa y Santiago siempre decía «Tú estás bien, yo confío en ti», pero en realidad no sabía correr después de la quinta, porque había perdido todo mi ritmo, era como si nunca hubiera corrido y me preguntaba «¿Cómo puede decir que estoy bien si estoy haciendo 13.80 segundos?»

Esa confianza, esa maestría suya fue una enseñanza fundamental, y por eso trato de imitarla con mis atletas. Nos sentamos y me dijo «Elegimos competencias de menor nivel para que vayas buscando tu ritmo, porque de lo contrario vas a perderte con el de los otros de la élite».  Así fui avanzando y comencé a rebajar los tiempos hasta que llegó el 13 cuarenta y pico… y dije «Ya, vamos contra el mundo».

¿Y ya en la sede?

Llegué con la idea de que todas mis carreras iban a ser finales, conociendo que tenía que lograr la forma deportiva en la competencia. Hice la primera en 13.24 corriendo fresco y resultó un choque para muchos que comentaron «Pero si tú estabas frito hasta hace 15 días, ahora qué». Santiago y yo nos abrazamos llorando y me dijo «El “loco” está suelto». Al regreso a la villa todo el mundo comentaba sobre la carrera y  yo era un “león”, me hacía el bravo como fórmula de intimidar, de no mirar y que no me miren.

Con eso tenías el factor sicológico de tu parte.

Claro, y así fuimos avanzando hasta la final, donde se llevaron la arrancada, lo que nos obligó a no desesperarnos porque ya imperaba la regla de que se la marcaban a todos. Cuando salgo me voy con el estadounidense Terrence Trammell al lado, avanzo con él y veo que tropieza en la séptima valla. Entonces dije «Ahí mismo se fue», y entro muy pegadito, todo el mundo “tirado” en la meta.

Los instantes siguientes…

Veo en la pizarra grande que el chino Liu Xiang implantó récord y el segundo lugar era Trammel, así que sabiendo que entré muy pegadito a él confirmé que debía estar en la “jugada”, pero me quedé sentado porque todavía no habían proyectado el foto finish. Cuando colocaron mi nombre como tercero miré a Santiago, tomé mi bandera con el tremendo orgullo de siempre y empecé a pensar en todo el sacrificio, no solo mío, sino de todos, de mi fisioterapeuta, que iba hasta mi casa a darme el tratamiento, en mi familia... Fue una medalla más disfrutada por las condiciones en que llegó. ¿Hasta dónde se pueden seguir detalles como el tropezón de un rival en medio de una carrera que solo dura segundos?

Se sabe por dónde va cada cual, piensas y analizas en 13 segundos. La maestría deportiva te da la capacidad de reaccionar, procesar mensajes en fracciones de segundo mientras ejecutas otras acciones. Hay cosas que tienes que resolver en una carrera y necesitas decidirlas ahí, aunque tomes la decisión equivocada.

Coincidiste con otros grandes de las vallas.

Es cierto, fue un momento de muchos corredores de un nivel muy parejo, además de Johnson estaban Colin Jackson, Larry Wade... muchos, y ganaba el que ese día lo hiciera mejor. Siempre digo que éramos un elenco grande y al final constituíamos una familia, porque nos sabíamos contrarios pero compartíamos, intercambiábamos sobre las carreras, nos llevábamos bien y aceptábamos que ganara el mejor. Pero yo no tenía paz, era solo contra el mundo, porque entre los americanos se iba uno y venía otro.

¿Una decisión errada?

He lamentado mucho la decisión de retirarme cuando lo hice, pues, aún hoy entreno y me ha pasado por la cabeza volver, pero ya no es lo mismo. Pienso que me quedé con algo adentro, que pude haber hecho más, y lo siento, lo siento muchísimo…

¿El propósito no cumplido?

Bajar de 13 segundos, que no me salió nunca por cosas del deporte. Y hacer récord del mundo, que fue uno de mis sueños.

Recuerdo que en el mundial de Edmonton’01 queríamos hacerlo y muchos factores estuvieron en contra, sobre todo que se llevaron varias arrancadas en esa final, creo que siete u ocho veces, y eso desconcentra... Salí a correr y Allen Johnson, que para mí es el mejor corredor de todos los tiempos, se fue delante y ya no pude. Tuve muchos logros y me siento realizado, pero no quedé satisfecho porque creo que pude dar mucho más.

Integraste una generación importante para Cuba.

Es verdad, y siempre que volvemos a vernos hablamos de eso Norberto Téllez, Ana Fidelia, Soto, Yoel García, Emilio Valle... Retomamos esas anécdotas sobre cómo nos consagramos al deporte y la unión que teníamos y tenemos aún. Nos mantenemos en contacto, porque hicimos una familia siempre animada por los deseos de ganar, y por eso cuando uno competía los otros estaban en las gradas estimulando. Creo que sí, fue una época de oro.

¿Algún pasaje sobre aquella compenetración?

En los entrenamientos organizábamos un quíntuple, al estilo de un minievento múltiple, con salto para la potencia, velocidad cortica, vallas, corticas también, y competíamos como si fuera una Olimpiada, a la vez nos desarrollábamos. Era muy sano, nos integrábamos todos con cariño, de manera muy competitiva, y siempre que hablamos lo recordamos. Fue una etapa muy linda, momentos que nunca van a pasar.

¿Por qué los más allegados dicen “el loco” cuando hablan de ti?

Eso fue desde los Juegos Panamericanos de Winnipeg’99, donde gané y Yoel fue segundo. También había estado lesionado y me emocioné tanto por el oro y la plata que me quité la camiseta y los pinchos y los tiré para las gradas, y me contó Humberto Rodríguez, entonces presidente del INDER, que el Comandante en Jefe preguntó «Quién es el “loquito” ese», y se me quedó.

A propósito de Fidel, pudiste saludarlo más de una vez y la foto de uno de esos encuentros está a la vista en tu casa.

Fidel fue un ejemplo siempre, no hay mayor placer que regresar de una competencia, de representar a tu país y que te reciba tu presidente, que esté en el aeropuerto esperándote, ese es el mayor compromiso moral que sientes.

¿Cuánto de limitaciones implicó el deporte?

Dejé de hacer muchas cosas. Mi carrera favorita era la ingeniería naval, y en otro momento comencé a estudiar derecho, pero era imposible y como lo más afín era la licenciatura en Cultura Física fue lo que terminé en el 2002.

También recuerdo que venían los amigos a invitarnos a salir y Santiago nos decía a todos «Amigo no es el que te quiere sacar a fiestas, ese no es tu amigo, ese no quiere lo mejor para ti. Tu compromiso no es solo contigo, es con todo un pueblo que te está siguiendo».

Cuando venían a buscarme yo les decía no, no voy a salir, y me perdí muchas cosas, pero tenía un objetivo.

¿Lo repetirías?

Volvería a hacerlo todo de nuevo, incluso creo que haría mucho más sacrificio. Si hubiera tenido el conocimiento que tengo hoy, te digo que hubiera hecho más, mucho más.

 

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