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Soñar para niños
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Polista de memorables desempeños y sobresaliente en la gerencia empresarial, enfrenta la cotidianidad con un supremo empeño futuro: enseñar a niños.
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La Habana (2 dic).- ENTRE la piscina y otras actividades como funcionario deportivo ha transitado casi toda la vida de Lázaro Costa Méndez, de los más renombrados polistas cubanos de todos los tiempos.
De hablar convincente, sin tapujos ni rebuscamientos, como cosmopolita forjado en casa de proletarios, el otrora atacante de los equipos Cuba tiene razones para ufanarse, empero prefiere la modestia, sin regodearse en sus logros.
Nacido en 1957, entró a una pileta más por embullo que por interés, pero nunca más “salió”, ni siquiera hoy cuando se desempeña como ejecutivo de Cubadeportes, entidad comercial del INDER.
¿Quién te inició?
Todo fue pura coincidencia. Llegué por un amigo mío, cuyo hermano entrenaba en el parque Martí. Un día nos convidó a ir, vi aquello y me motivé. Como tenía buena estatura enseguida me aceptaron.
De ahí entré al Ciro Frías, que en 1967 funcionaba como una Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE) para polo y clavados, y Raúl Mesil y Ernesto Martínez eran los entrenadores.
¿Qué siguió?
Cuando comencé a estudiar en secundaria pasé a la EIDE Adolfo López Mateo, que estaba en el hoy hotel Comodoro.
¿Cómo llegaste a la nómina élite?
Transité de la EIDE a la ESPA, y ahí es donde entro a la selección nacional. Imagínate que pesaba 58 kilogramos con un metro y 87 centímetros de estatura. Me decían “El chivo” por lo flaco que estaba. Ese mote me lo puso un hermano del entrenador Juan Almeneiro.
¿Tu primer partido contra foráneos?
Fue como juvenil, representando al Marcelo Salado. Jugamos contra el equipo nacional de Argentina en Isla de la Juventud, en una represa. Los argentinos vinieron con un conjunto con promedio de edad de 35-36 años y les ganamos. Estaban muy lejos de la realidad deportiva. Como también estaba yo lejos de imaginar que ese sería el primer país donde cumpliría colaboración deportiva.
¿Y debut internacional oficial?
En un CCCAN infanto-juvenil en la Ciudad Deportiva, en 1972.
Al equipo grande entré en 1974 y estuve hasta 1988. Debuté en Tbilisi, en Georgia, entonces Unión Soviética, en unos Juegos de la Amistad donde fuimos terceros. Manuel Romo Capote y Oscar Fernández eran los entrenadores. Entonces ya estaba duro el polo, fundamentalmente por su fuerza en Europa.
¿A propósito, la época dorada cubana se vivió cuando entrenaron y jugaron por largo tiempo allí?
La gran mayoría de los conocedores lo considera así. En los inicios nos entrenaba el húngaro Karoly Laky y luego se quedó el cubano Almeneiro, que fue con quien más ganamos. Estábamos entre los cinco mejores del mundo. Eso fue en las décadas de los años 70 y 80.
¿A quiénes elegirías en un elenco ideal de la isla?
Delanteros Jorge Rizo y Gerardo Rodríguez por el sector derecho y Carlos Sánchez y Orlando Cowley por el izquierdo, con Nelson Domínguez como defensa, los porteros Oriel Domínguez y Oscar Periche, y Carlos Benítez sería el hombre poste.
Destacaría, además, a David Rodríguez, un “utility” como nadie. Podía jugar de poste, de defensa, delantero...
¿No te incluyes?
Fui, aquí y en el exterior, líder goleador y el más técnico en distintos torneos, pero prefiero que otros hablen de eso. Estuve 14 años en la selección nacional, y me enorgullece haber jugado con los que mencioné y otros que también fueron estrellas.
¿En cuántas Olimpiadas participaste?
Jugué en las de Montreal’76 (séptimo) y Moscú’80 (quinto) y estaba en los equipos para Los Ángeles’84 y Seúl’88, pero a esas últimas no fuimos por razones que todos conocen. Después asistí como entrenador a Barcelona’92 (octavo).
¿Momentos imborrables?
La Copa del Mundo de Malibú, en California, en 1987, en que ganamos bronce, y el triunfo en los Juegos Panamericanos de La Habana’91, donde estuve como técnico.
También guardo como trago amargo la derrota frente a Estados Unidos en los panamericanos de 1987, en Indianápolis.
¿Amigos dentro del polo?
David Rodríguez y Jesús Derouville. El primero me ayudó mucho, al segundo le trasmití casi todo lo que sabía.
Hablemos ahora del Costa postatleta ¿Venezuela te marcó?
Para siempre. Estuve durante el último gobierno de Rafael Caldera y viví el tránsito al de Hugo Chávez. En Caracas, con Alberto Juantorena, recibí a los pioneros de Barrio Adentro Deportivo. Por eso me siento fundador de ese proyecto de los Comandantes Fidel y Chávez. Participé en la organización de los partidos de béisbol que ellos dirigieron en La Habana y en el estado de Lara, en Venezuela. Eso es inolvidable.
Después estuve en Ecuador, también como representante de Cubadeportes.
¿Qué hay de la familia?
Mis tres hijos, Miguel, Manuel Alejandro y Elizabetha fueron polistas hasta la categoría juvenil. Después se han dedicado a otras profesiones. Mi esposa, Maité Ramírez, es licenciada en Cultura Física y preparadora física del Ballet Nacional de Cuba, y tengo dos nietos.
¿Sueños por realizar?
Quisiera volver a la piscina, para enseñar a niños. Quizás estar en un área deportiva como la de la Ciudad Deportiva y “armar” un equipito de muchachos. Enseñar lo que aprendí como atleta y consolidé cuando fui entrenador de la selección nacional.
¿Estarían ahí los nietos?
De ser posible sí. Ese es el otro sueño, que uno o los dos me supere como deportista a la vez que sean buenas personas. Que Lía y Manuel Alejandro sean excelentes seres humanos. Ese quizás sea mi mayor sueño hoy.
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