SANTA Margarita Skeete Quiñones no imaginaba convertirse en la mejor basquetbolista de Cuba, ni figurar entre las destacadas a nivel mundial, cuando protagonizó la noticia del día en el antiguo periódico Surco de su natal Holguín con un hecho bastante alejado de lo deportivo.
«La niña que cayó al pozo con un kilo en la mano y no lo soltó» fue el titular entonces y todavía no lo olvida. Y es que esta mujer de 69 años de edad (1950, noviembre 1), con físico de atleta aún, sonríe con la misma picardía de quien llegó al equipo nacional con 14 “abriles” y debutó con uno más en los X Juegos Centrocaribes de San Juan, Puerto Rico, en 1966.
«Empinaba un papalote, retrocediendo tropecé con el brocal de ladrillos y caí. Augusto, el mayor de mis tres hermanos varones, vio desde arriba de la mata de tamarindo que el hilo se hundía, pero no a mí. Bajó, se lanzó al agua y me salvó. Yo mantenía en la mano la monedita de un centavo», recuerda.
Son muchas las anécdotas de su niñez y adolescencia: jugaba yaquis, suiza, bolas, quimbumbia, béisbol, palitos chinos y hula-hula con un aro amarillo que todavía conserva. Montaba bicicleta y patines con asombroso dominio, gustaba de las “postalitas” y no olvida su álbum sobre el triunfo de la Revolución.
«Los juegos tradicionales me aportaron muchas habilidades. Ojalá estas generaciones los practicaran. No sabía de la existencia del baloncesto, pero frente a la casa clavé en un árbol un cubo sin fondo. Tirábamos cientos de veces pelotas pequeñas hechas por los mismos niños. ¡Mira desde cuándo y dónde viene mi intuición por este deporte!», reflexiona.
La Skeete recuerda con cariño a su familia… «Mi hermana Ana, de 83 años en la actualidad, me cuidaba. Mis padres trabajaban. Su hija Anairene me visita ahora en el Cotorro con sus dos niñas. Me ayuda mucho y aprovecho para dormir a piernas sueltas».
Rememora también el amor a sus padres Primitiva y Ernesto, este último nacido en la isla de Barbados. Se conocieron en la Ciudad de los Parques y estuvieron juntos hasta que en 1974 él falleció. Trece años después murió ella.
Margarita estudiaba frente a la antigua Eide de Holguín, y su director César de la Cruz observaba sus capacidades físicas. «Pidió permiso a mis padres para becarme, me querían para jabalina y salto largo, pues me estiraba hasta casi seis metros. Pero lo mío era el baloncesto. Con 12 años asistí a los II Juegos Escolares Nacionales y luego a dos ediciones más.
»Me captaron directamente como regular, impresioné a los entrenadores Casimiro García, Jacinto Díaz y Mario “Risita” Quintero, a pesar de mi estatura de solo 1,67 metros», explica.
Causó sensación por sus excepcionales características, en especial por su poder de salto. Era capaz de tocar el aro con ambas manos a 3.10 metros, y adueñarse del balón en los rebotes.
Parecía flotar en sus despiadados ataques, driblaba con ambas manos, se desplazaba veloz sobre el tabloncillo, haciendo pases por detrás del cuerpo, y lucía certera en los tiros libres. Así ganó los calificativos de Ciclón Antillano y Huracán del Caribe.
«En España me llamaron la máquina humana de jugar baloncesto, y en Francia el gerente de un club me quería comprar. Le respondí que los principios no se negociaban y que amaba a Cuba, a Fidel y a mi pueblo. No tengo cómo pagarle a la Revolución lo que hizo por mí, porque fui de una familia muy pobre», asegura.
Tenía 15 años cuando vio al Comandante en Jefe por primera vez, durante el regreso de Puerto Rico a bordo del Cerro Pelado. «El mar revuelto, pero él ahí, felicitándonos, besándonos, dando abrazos. Todos le pusimos las medallas. No lo olvido, guardo eso con mucho amor», afirma.
Después se hicieron habituales los encuentros, durante prácticas nocturnas en el coliseo de la Ciudad Deportiva. «Era amable, conversador, preocupado por nuestras condiciones de vida. Muy cariñoso. Preguntaba mucho, en mi caso quería saber cómo siendo tan chiquita saltaba tanto. Le contaba de la fuerte preparación. Fidel jugaba muy bien, con técnica. Al principio no me percataba de que gardeaba muy fuerte, pero aflojé ya que temía golpearlo».
Con el número 14 en la camiseta, Margarita brilló en torneos de América y Europa, en la época que se jugaba a tiempos de 20 minutos. Sumó preseas en juegos panamericanos y centrocaribeños, y participó en la cita olímpica de Moscú 1980. Estuvo entre los deportistas más destacados del país de 1970 a 1976.
Por sus casi 600 partidos celebrados, los más de 11 mil puntos anotados en competencias internacionales; y por ser varias veces integrante del Equipo Todos Estrellas recibió en 1984 la réplica de una Zapatilla Dorada.
«Todo fue gracias al equipo. Existía hermandad entre mujeres siempre contentas, cantábamos mucho porque el entusiasmo une. Sonia de la Paz era la mejor cantante, yo tocaba donde fuera; y José Llanusa, presidente del Inder, me regaló un tambor y un acordeón grande. Tenía uno pequeño, pero no de teclas», evoca.
En 1985, antes de cumplir 35 años, decidió retirarse: «Analicé que en los ciclos venideros se elevaría la preparación para nuevos empeños. No quería irme por bajo rendimiento. Era técnico medio en Educación Física y quería transmitir mis experiencias».
Comenzó su vida laboral con alumnos de la Escuela de Geodesia y Cartografía, y con reclusos; en los combinados deportivos de Cuatro Caminos y El Palmar. Y por más cercanía de su vivienda en el Cotorro, laboró en la piscina olímpica del reparto Lotería.
«De 2003 al 2005 cumplí misión en San Juan de los Morros, capital del estado venezolano de Guárico, con equipos mayores de ambos sexos. Salí contenta con los resultados. En el masculino conquistamos primeros lugares en varios torneos. Mis alumnos eran buenos, nos teníamos cariño, fue algo muy bonito», cuenta.
Al cumplir 55 años se acogió al retiro y voluntariamente empezó a atender personas de la tercera edad, a quienes impartía ejercicios para el equilibrio y los reflejos.
«Todo marchaba bien, pero a los tres años nos percatamos de que chocaba con ellas. Fuimos a chequearnos y me remitieron al hospital Pando Ferrer (La Ceguera), donde corroboraron que sufría de glaucoma. Yo me atendí en Venezuela, comencé a usar espejuelos, pero el padecimiento avanzó rápido hasta que una nube negra en ambos ojos me cambió la vida», rememoró.
A quien sobresalía por su envidiable visión periférica, que le permitía hacer espectaculares acciones, la vida le reservó una “mala jugada”: «Tuve que elevar la autoestima. Me sorprendió esta situación. Estuve abatida. Tenía esperanzas por lo que existe en Cuba en este campo, pero era irreversible. No quieres aceptarlo. Sin embargo, vivo estimulándome para no enfermar».
Las habilidades que le hicieron grande en el baloncesto le han servido para adaptarse a su nueva condición. Cocina, lava y limpia. Se aprende los teléfonos de memoria. A veces la invitan a actividades del Inder, pero sola no puede asistir.
«Asistencia Social me ha enviado personas, pero llegan solas y no sé quiénes son. El joven Osvaldo, Cuquín para el barrio, me apoya mucho, al igual que otra vecina. He tenido que aprender a vivir así y me desenvuelvo bastante bien», confiesa.
Margarita hace ejercicios cada mañana, por lo que exhibe una definición muscular increíble para su edad. «Mi hobby es la música. Por televisión “veo” novelas y la Mesa Redonda. Me gusta estar al tanto de todo. Amo a Fidel y Raúl, y admiro la labor de continuidad que lleva a cabo el presidente Miguel Díaz-Canel. Fui y siempre seré fiel a mi país. Nunca pensé de otra manera».
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