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Nacida para la gimnasia
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La reciente presentación del libro Nace un deporte, que escribió, le volvió centro de un homenaje.
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La Habana (20 feb).- LE ACOMPAÑA una voz dulce y su rostro, que no refleja los 77 años cumplidos, siempre muestra una sonrisa.
Esa es la impresión que ofrece Cristy del Pino cuando se le conoce. Unos minutos cerca de ella permiten confirmar todas las sospechas, aunque también ponen en claro el secreto del fuerte carácter escondido por algún sitio.
Quizás fue esa combinación de amor y fuerza la que hizo posible su obra en favor de la gimnasia rítmica cubana, de la que se le considera “Madre fundadora”.
Graduada del Instituto Nacional de Educación Física (INEF) antes del triunfo de la Revolución y atleta centroamericana de salto alto en 1955, practicó otras varias disciplinas como baloncesto, softbol y voleibol, pero solo la gimnasia le “robó” el corazón.
«Cuando la conocí supe que era el deporte hecho para mí. Combinaba los ejercicios con la música, y era lo que había soñado», dice al sumergirse en sus recuerdos después de tantos años.
Siempre vinculada al INDER de manera voluntaria, fiel a la Universidad de La Habana que le acogió desde 1962 y en cuyos salones formó a muchas atletas, tuvo en sus manos los inicios de casi todas las actuales directivas de ese deporte en la isla y muchas otras que eligieron caminos diferentes.
Ahora son periodistas, médicas, abogadas o economistas, pero también acuden a ella cuando quieren escuchar una opinión sabia o simplemente evocar aquellos momentos felices.
La reciente presentación del libro Nace un deporte, que escribió, como asegura su editora, «sin pretensiones literarias ni presunciones de protagonista», le volvió centro de un homenaje que quizás se le debía desde antes.
Pero lo vivido ese día en la Escuela Nacional de gimnasia fue emotivo. Hubo lágrimas de alumnas y profesoras, y sobre todo el siempre provechoso encuentro entre distintas generaciones.
Allí quedó pactada la cita con JIT, concretada pocos días después en su hogar de la barriada de Lawton donde su verbo fluyó como agradable disertación.
¿Cómo llega la gimnasia rítmica a Cuba?
Fue más o menos entre 1962 y 1963 que Orlando Tapia, entonces director de Actos Masivos del INDER, trajo de Europa libros e instrumentos sobre un “nuevo” deporte para que lo estudiáramos.
Él conocía mi trabajo con la gimnasia básica en varias escuelas y fue a verme al balneario universitario, en el que daba clases dos veces a la semana, y me planteó comenzar con ese tema.
¿Qué le pareció la idea?
Siempre me gustó el ballet y cualquier tipo de baile, y por eso le montaba a las niñas selecciones de gimnasia básica con tendencia a la música, sin saber de la gimnasia rítmica deportiva.
Para mí fue descubrir el deporte que necesitaba, el que estaba esperando. Los trabajaba todos pero no había encontrado lo que quería, pues en la gimnástica me resultaban muy fuertes los aparatos, y solo la viga y manos libres se me daban bien.
Hábleme de esos primeros tiempos.
Jarmila Slezákova fue la profesora checa que vino a enseñar la base de la gimnasia rítmica. Convocaron a profesoras de Educación Física para recibir el curso, pero ella pidió a una que le acompañara durante más tiempo para conocer la idiosincrasia de las cubanas, sus características, el ritmo… Y me seleccionaron para mi suerte.
Los encuentros eran en el hotel Habana Libre, donde se hospedaba y disponía de un salón para vernos en las noches luego de cumplidas las obligaciones de cada cual. A veces terminábamos a las dos de la madrugada.
Me indicaba ejercicios y de acuerdo con mis reacciones iba anotando y organizando, porque tenía un gran poder de creación para las selecciones. Todo eso fuera de mi trabajo en la Universidad, porque me mantuve siempre con mis alumnas aunque a veces recibía permisos especiales.
Recuerdos del campeonato mundial de 1965.
Estaba convocado para Praga y la profesora Jarmila le planteó a la dirección del INDER que Cuba tenía condiciones para asistir y se comprometió a preparar un equipo.
Esa fue la primera selección masiva de atletas y competencias eliminatorias de las que se clasificaron cuatro: Mirta Santa Cana, Thais Hernández, Alejandra O’Farrill y yo, que era la mayor del grupo y atleta además de profesora.
Sin sobredimensionar la labor realizada creo que pese a la corta preparación de seis meses con las mínimas condiciones que exigía el deporte, pusimos mucho de disciplina y amor a la patria, y asumimos la responsabilidad de abrir las puertas al nivel internacional.
¿Cuánto cambiaron las cosas después de ese torneo?
Al regreso cedí mi posición como atleta y decidí comenzar el trabajo en áreas especiales con niñas pequeñas. Se mantuvo la del SEDER (en la Universidad de La Habana), pero creamos una en la Ciudad Deportiva, con mucho impulso por el entusiasmo de Vilma Espín.
Tuvo mucha aceptación, fue libre para todas las que quisieron y llegamos a tener casi 300 niñas. Se empezaron a formar todas las categorías y se les creaban selecciones de acuerdo con sus edades, con el apoyo de profesoras también surgidas del curso.
Entre 1966 y 1967 comienzan las competencias y la formación de juezas para crear todo el mecanismo que permitiera el desarrollo. Y surge la comisión nacional.
Recibimos mucho apoyo y al mismo tiempo manteníamos la superación de profesoras de Educación Física para que se dieran clases en más lugares, se crearon programas metodológicos, se incluyó el deporte en los Juegos Escolares y entraron las primera niñas a las EIDE.
¿Nunca pensó dejar la Universidad para dedicarse por entero a las niñas y su formación inicial?
Muchas veces me propusieron pasar a ser trabajadora del INDER, pero entendía que mi captación para profesora de la Universidad había sido un premio y estaba muy comprometida y agradecida porque me seleccionaron entre muchos. Era una deuda moral.
Sin embargo nunca dejé de trabajar en la base con niñas pequeñitas. Dije y mantengo que la base garantiza la calidad para el país.
Un recuerdo especial sobre alguna “pequeña” llegada a sus manos…
Sonia Pedroso. Llegó con una maestra de Educación Física que le vio muchas condiciones aunque no había salido bien en las competencias porque le faltaba nivel de preparación. La profesora no poseía el nivel necesario para “sacarle” más, pero lo reconocía y me la llevó para formarla en el área de la Universidad, y ahí estuvo aprendiendo hasta que pasó a la EIDE.
Después también pude trabajar con ella en el equipo nacional y teníamos una compenetración tremenda. Solo de mirarnos nos entendíamos y lograba lo que me ilusionaba. Competía muy bien, se crecía. Estuvo 15 años en el equipo nacional y hubiera podido seguir.
¿Qué necesita una niña para demostrar perspectivas en la gimnasia?
Si queremos que llegue al equipo nacional necesita sobre todo mucha elasticidad, un biotipo delgado y flexible. Y mucho corazón y disciplina.
La mayor satisfacción de su carrera…
El haber sido formadora de tantas niñas y haber conocido este deporte que vino a resumir lo que yo quería, lo que ansiaba. Por eso lo escojo siempre una y otra vez.
¿Fue difícil?
Si amas lo que haces no es difícil, porque todo lo que se hace con amor es mejor. La profesión a la que me dediqué es lo más bello que me ha dado la vida.
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